Los rajados

En este país político abundan en la controversia las mentiras y los ultrajes, las consejas y las insidias. Es el marco dentro del cual se desarrollan las discusiones.

Se carece en la polémica del rigor civilizado en el manejo del lenguaje. Afluyen en las declaraciones de los contrincantes, imputaciones de las peores especies. Caen por el efecto dominó, honras y prestigios.

Creíamos que el acervo de ofensas verbales era un amargo recuerdo de la lucha partidista vivida hasta antes del Frente Nacional. Que aquel grito de hacer la “República invivible” y recurrir a “la acción intrépida”, eran legados de fanáticos con la lápida definitiva sobre su espinazo. Pero no. Parece reeditarse ahora esa utilería verbal de sindicaciones y depravaciones.

“La majestad de la misma Presidencia de la República” –como lo decían los centenaristas con ampuloso lenguaje– se mancilla. Desde ahí se responde con ira los desafíos destemplados de twiteros provocadores. Se sindica de fascistas a quienes discrepan de las verdades reveladas oficialistas. Se va a la carga, repitiendo que no saben sino “mentir, mentir y mentir”. Se despeina en responder ataques que podrían ser más meditados y razonables.

Con la oratoria desbordada se encendió el país en la década de los años 40 y 50 del siglo pasado ¿Cómo se quiere lograr ahora la paz cuando la regla general es la ofensiva desproporcionada de los contestatarios y la defensa del proceso, por actores agresivos y desafiantes? ¿Acaso no tendrá que buscarse primero el desarme de los espíritus beligerantes de todos lo pelambres, para convencer de la racionalidad y sostenibilidad de lo que se va a firmar en Cuba? Admitir que lo que se va a acordar tiene aún muchas aristas para limar y controvertir civilizadamente. No se puede atropellar a quienes consideran que las concesiones apresuradas, politizadas y aceptadas, son un ropaje para la derrota del Estado.

No es fácil lograr una paz con doble discurso presidencial cuando un día se invita a la oposición a conversar, luego de haberlos injuriado la víspera. Así con tal inconsistencia, la credibilidad y la sinceridad quedan en entredicho.

El país político está convertido hoy en una danza de especulaciones, falacias y hasta verdades a medias. Por eso en reciente estudio del Centro de Investigaciones de Washington –PEW- elaborado en 31 países emergentes, ocupa Colombia el primer lugar como nación en donde hay más cansancio y hastío por la política. El 75% de la opinión manifestada en la encuesta, muestra su desencanto y frustración.

Pero las mentiras no solo enredan al país político en sus propias espuelas sino al país jurídico. Aquel que se mueve a través de procesos, hoy perforados por los carruseles de testigos falsos que con la ausencia de pudor vuelven cada vez más deleznable la aplicación de la justicia.

La abundancia de falacias en debates y confrontaciones es lo que ha reducido a su mínima expresión, tanto el ejercicio de la política como el de la justicia. A esta la politizó y a aquella la judicializó. Por eso en las encuestas, política y justicia son las más “rajadas”. Y así es casi imposible devolverle a la Nación credibilidad y respetabilidad.

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