Alabanza del capitalismo

Este alivió el trabajo y democratizó sus productos haciendo más grato vivir. Hoy, cualquiera vive mejor que un rico hace un siglo. Con menos piojos. Y está mejor educado que Pepe Sierra.

Algunos filósofos como Nicolás Maduro, enloquecidos por la ideología, acaban en el furor anticapitalista: el capital es la lepra de la sociedad. Y el rico, el demonio vector. Un prejuicio decimonónico ligado a cierto misticismo que floreció en los cafés europeos de los anarquistas rusos, donde iban Lenin, Bakunin y Joyce. Pero Joyce no tiene que ver con eso más que como testigo casual. Y seguramente estaba pensando en otra cosa. Fueron tiempos oscuros. Del atentado personal, de la dinamita en las patas de los caballos de los nobles rumbo al teatro.

Es extraño que no haya pasado de moda la idea de que la prosperidad ajena me daña. Y los ricos son malvados. Es cierto. Rockefeller, Morgan, Carnegie, Edisson fueron viciosos extremos por la arrogancia, la mezquindad, la vanidad. Un escándalo, humillantes. Pero también fueron expresiones magníficas de una época apasionada, protagonistas de la saga del materialismo, del poder del hierro, el carbón, la máquina. Solo monstruos así podían convertirse en los visionarios que llegaron a ser. Es una muestra de ingratitud no estar reconocidos con estas bestias de sombrero de copa que eructaban champaña, pero popularizaron la energía eléctrica y la bombilla, e integraron las ciudades de los rascacielos con autopistas y trenes y teléfonos, la radio y la televisión.

El capitalismo alivió el trabajo y democratizó sus productos haciendo más grato vivir. Hoy, cualquiera vive mejor que un rico hace un siglo. Con menos piojos, con una percepción más profunda de la vida, con el privilegio no desdeñable de la letrina. Y se alimenta mejor porque tiene nevera, licuadora y gas. Y está mejor educado que Pepe Sierra. Hace un siglo, el acceso a la universidad era un lujo. Y los libros eran más caros antes de la rotativa capitalista. Hace poco, la mayoría no llegaba a los ocho años. Hoy el mundo está lleno de viejos saludables que viven de su jubilación, a pesar de los abusos de los droguistas y de los inescrupulosos que se roban los hospitales.

Algunos piensan que los ricos son todos malos. Pero para malos conozco algunos pobres. El que envidia los ricos olvida que también lloran. La señora Pucci dijo que es mejor llorar en un Rolls Royce que en bicicleta, antes de entrar en una cárcel italiana por matar al esposo.

Tal vez la propia dinámica del capitalismo engendró la sospecha de que hay algo mejor. Porque el capitalismo ha sido fruto de la curiosidad y la voluntad de mejorar las cosas corriendo todos los riesgos. El libro de moda de Piketty, sobre el capital en el siglo XXI, su minuciosa investigación sobre la desigualdad, hace pensar que más allá de la aritmética de los percentiles, y por más que persista el escándalo de la pobreza, también es verdad que jamás hubo tantos ricos como hoy. Tanta gente acomodada que va de vacaciones al mar y puede abrirse al mundo más de lo que pudieron sus abuelos.

El capitalismo lleno de lacras y rodeado de peligros con su pasión por los negocios hizo por la concordia humana más que los discursos religiosos y políticos. Quién sabe si se superará según las predicciones de Jeremy Rifkin sobre la sociedad internética y el procomún colaborativo, según Pinker y su teoría de la pacificación creciente de la sociedad, según las fantasías de biólogo de Edward O. Willson o el régimen de impuestos de Piketty. Pero es esperable que acabe por minimizar las sombras de su potente resplandor. Por lo pronto, la industria astronáutica del capitalismo busca otros entornos para seguir prosperando si esto se descompone. Ya hay un carromato en Marte con sensores, a ver si es factible sembrar cajeros automáticos y si se pueden parcelar sus valles rojos para ponerlos en subasta. Una cosa nos enseñó el siglo XX. Todo lo que inventó contra el capitalismo fue peor que la enfermedad.

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