El que mina y no desmina

El juez primero penal de Ibagué sentenció a alias El Silencioso, Óscar Mauricio Pinto, a siete años de prisión por los delitos de terrorismo, rebelión y uso de minas antipersonales. El Silencioso hacía parte del Frente 21 de las Farc y tenía, además, el meritorio prontuario de incendiar vehículos oficiales y organizar emboscadas contra la policía. Barata le resultó la providencia condenatoria del 18 de marzo del año en curso.

De esta clase de silenciosos está plagado el país, quizás tantos como minas hay sembradas por las guerrillas, armas prohibidas por el DIH y ratificado por el Tratado de Ottawa de 1997. Las minas tienen un objetivo perverso: no matan al adversario, pero lo mutilan, lo convierten en un inválido, le crean una carga mayor al enemigo porque debe gastar recursos en su sanación y rehabilitación. Esto cuesta más que un entierro. La víctima, además de perder una o dos extremidades, sufre quemaduras, puede quedar sin genitales y con afectación en los sentidos. En el conflicto antiterrorista nuestro no solo caen los militares, sino los campesinos, los niños del campo y los animales como vacas y caballos.

En los megáfonos que transmiten los logros de La Habana, oímos hace pocos meses que la bondad de una de las partes había declarado que aplicaría sus combatientes al desminado en compañía de los soldados, bajo un plan acordado. No había terminado el coro de aplausos del gobierno, la ONU, la OEA, Unasur, la Ocde, la Unesco, la Unidad Nacional y el presbiterio unido cuando el 22 de marzo declara el delegado fariano Rodrigo Granda que el desminado solo será en algunas poblaciones, pero que como la confrontación armada sigue, ellos protegerán sus refugios sembrando minas o dejando sembradas las que hoy tienen.

La guerrilla usa varias clases de minas y las entierra según la estrategia de la guerra. Las minas móviles son aquellas que se colocan cerca de las postas de vigilancia y cuando unidades guerrilleras están de paso por un lugar. Sirven para advertir la presencia del enemigo. También las denominan cazabobos. Generalmente son activadas mediante un hilo de nylon que se extiende entre dos lugares por donde se presume puede pasar la tropa. Minas estables se colocan cuando la guerrilla establece campamentos para largo tiempo. Son sembradas a una mayor distancia perimetral y levantadas cuando el campamento es abandonado. Pero si sobreviene un ataque por aire o la Fuerza Pública penetra por un boquete sin ser detectada, la guerrilla se retira o huye sin alcanzar a quitar las minas. Y finalmente hay un minado permanente en los límites de los territorios de dominio estratégico donde tienen abastecimiento organizado, minas de oro, ganado y control paraestatal.

Las minas en su estructura física material pueden ser de fabricación industrial como las Claymore que se compran en el mercado negro de armas con el nombre de sombrero chino. Son hechizas cuando las fabrican los mismos guerrilleros con una imaginación criminal aguda. Usan fósforo, detonadores químicos o de presión, utilizan botellas, recipientes metálicos como tarros, etc. Aprendieron de los vietnamitas este reciclamiento de las partes externas. También existen las bombas racimo que se instalan en las ramas de los árboles. Las minas han perfeccionado su forma de explotar, pues hoy se usan, además de ondas de radio, los teléfonos celulares.

En Colombia entre 1985 y 2014 las minas causaron 12.000 víctimas, 2 de cada 10 afectados, mueren. El 65% de los municipios ha tenido eventos fatales relacionados con minas. Los departamentos con mayor número de lesionados y muertes son Antioquia, Meta, Caquetá, Nariño y Norte de Santander. La cifra de víctimas mortales asciende a 2.200. Instalar una mina formal cuesta 1,8 euros, pero desactivarla cuesta 7,18, porque es una labor de una en una. Según los expertos y analistas existen 110 millones de minas enterradas en el mundo, especialmente en los países en guerra actual o reciente como Afganistán, Bosnia-Herzegovina, Camboya, Angola, Salvador, Nicaragua y Colombia.

Los asesinos silenciosos, las minas quiebrapatas como en forma pragmática las denominan nuestros campesinos y soldados,o minas antipersonales, están siendo desmontadas o inutilizadas por nuestra Fuerza Pública y por organizaciones civiles humanitarias. Nos van a costar todavía víctimas civiles y militares, mientras que quienes las sembraron o activaron nos pintan pajaritos dorados, nos condicionan su presunta voluntad de colaborar, bondadosamente, al desminado.

¿Cuál será la profundidad de la colaboración de las Farc en esta tarea cuando han muerto tantos comandantes y guerrilleros que tenían la información en estos 50 años de revolución frustrada? ¿Dónde están los planos del sembradío criminal de minas si acaso los tienen? ¿En cuáles computadores consignan esos datos? Que los entreguen sería un acto de paz. Pero como no los tienen y no lo van a hacer, habrá que preguntarle al facineroso Omar Mauricio Pinto, El Silencioso, dónde están los planos de su “ejercicio profesional” para darle la casa por cárcel.

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