El visitador de batallones

El visitador de batallones. Titulo con esa frase extraída de una columna de María Isabel Rueda, la cual resume a cabalidad lo que terminó siendo el general (r) Jorge Enrique Mora Rangel, luego de que el Gobierno lo sacara de la Mesa de Negociaciones de La Habana para dedicarse a hablar en todas las bases militares sobre el Proceso de Paz.

Esa fue la figura que le inventaron. Una sutileza llena de vaselina para sacarlo de La Habana. ¿Se convirtió el general Mora en una piedra en el zapato? ¿Entró su nombre en la lista que todos tememos existe de concesiones en favor de las Farc? ¿Será que los mandamases de la guerrilla se cansaron de un caradura?

Resulta que este personaje les respiró en la nuca a las Farc durante muchos años. Con su gestión militar los acorraló y gracias a su ascendencia en la tropa, pues terminaron debilitados. Claro, algo completamente incómodo para unos guerrilleros que pasaron del monte a la dolce vita cubana.

Muchos dijeron en su momento que era como raro ver a un peso pesado del combate en la Mesa de Negociaciones, pero a la larga, durante los dos años que estuvo, su presencia terminó siendo un mensaje de grandeza y dignidad de país: a los colombianos, incluso a los militares, les interesa una salida negociada a este conflicto. Y eso funcionó, porque a regañadientes o con complacencia, vaya uno a saber, los militares han estado alineados con lo que ha trascendido desde La Habana.

Pero no todo es color de rosa, mis amigos. Los temas álgidos se acercan y empiezan a aparecer visos sospechosos de lo que se negocia en Cuba. Y para la muestra, un botón: La salida de Mora Rangel se presenta ad portas de las discusiones trascendentes como el cese al fuego (bilateral, por exigencia de las Farc), la entrega de armas, la desmovilización y la forma como actuarán las Fuerzas Militares de aquí en adelante.

Si bien Mora Rangel ha tratado de serenar el asunto demostrando lealtad al presidente Santos, y este a su vez, de repetir hasta el cansancio que el general sigue metido en la pomada de La Habana, es difícil tragarse el sapo de que no pasó nada. Si así fuera, no estaría de visitador de batallones. Es muy probable que su firmeza haya calado mal. Claro, después de tanto tiempo funcionando con unos tipos tan enredadores como los cabecillas de las Farc, cualquier posición “medio templada” fácilmente alborota mal genio. Una mosca siempre se verá mal en el vaso de leche.

Si queremos el fin del conflicto, no se pueden generar este tipo de desconexiones de confianza que profundizan un temor natural que consiguió sentarse a hablar con semejantes personajes, que se llenan la boca de agua pidiendo concesiones como no pagar ni un día de cárcel, entrar por vías expeditas a la política, traer de regreso a “Simón Trinidad” y quién sabe cuántas cosas más que no conocemos. No nos olvidemos cosas como esta: Santos ordenó sin mucha bulla suspender los bombardeos aéreos de las Fuerzas Militares, un hecho que repercute en el avance por tierra del Ejército en la lucha contra la guerrilla, las bacrim y el narcotráfico.

Es triste decirlo, pero como van las cosas, la anhelada firma de la paz, de llegar a darse, la tendremos que vivir a punta del amaño cocinado en La Habana, donde alguna vez estuvo un general tratando de poner puntos sobre las íes, pero terminó visitando batallones como si fuera vendedor de enciclopedias puerta a puerta.

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