La Guajira vs. Pretelt

En desarrollo de un reportaje que pronto será publicado en El Espectador, estuve la semana pasada en La Guajira investigando lo que ocurre con los niños de las comunidades wayuus enfermos de desnutrición y los que están muriendo por esa causa.

Mientras estaba allá, la capital del país y sus principales medios mostraban cada día una suciedad más contra el magistrado Jorge Pretelt y la otrora honorable Corte Constitucional.

Por curiosidad, pregunté a varios de los líderes de esas comunidades si habían oído algo sobre él y las denuncias por corrupción y me miraron como si les hablara en mandarín. No es para menos. Cuando he caminado los lugares apartados de Colombia gracias a mi oficio, esos asuntos a los que usualmente les dedicamos titulares, allá, en la mitad de la nada, no importan. Y en las rancherías de La Guajira menos, porque a los indígenas lo que les importa es tener agua para poder volver a cultivar sus huertas, producir su propia comida como solían hacerlo hace algunos años, tener trabajo y dejar de enterrar bebés desnutridos.

Pensé en los wayuus y Pretelt y su Corte, porque dibujan el paralelo perfecto de lo que pasa en Colombia: nuestra indolencia frente al dolor ajeno, como el de los indígenas, y nuestra indiferencia frente a la corrupción, como presuntamente ocurre en torno a ese magistrado y sus colegas, son lo que nos define como sociedad.

Eso somos, un país de gente que se entera con cuentagotas de que mueren los niños por hambre, por violencia, porque no se les garantiza su derecho a la salud, que lee todos los días cómo nacen y se reproducen casos de corrupción, y que a la par se declara feliz viviendo aquí, cuando en realidad estamos ante una cloaca cada vez mayor, con las mismas dinastías y gamonales en las regiones engordando sus cuentas con la plata de nuestros bolsillos.

El periodista Juan Arias, de El País de España, escribió: “No existe, en ningún lugar del mundo, regeneración ética engendrada desde el poder. Sólo la fuerza de una sociedad que un día se despierta y dice ‘basta’, que deja de apreciar a los políticos corruptos, que se avergüenza de aparecer ante el mundo como cómplice del crimen puede cambiar las cosas”. Pero eso, aquí, no pasa. Nosotros no decimos “basta”.

Lo que ha ocurrido en Colombia como consecuencia de la desidia y de elegir a los mismos corruptos, entre ellos los que roban a La Guajira —que son los que a su vez postulan magistrados, procuradores, contralores, registradores, jueces y fiscales—, es que hemos perpetuado la desgracia y hemos aplastado la dignidad de nuestra Nación.

Escribo esto con rabia porque vengo de ver niños muriendo y sé que no va a cambiar nada. Porque estamos en elecciones y lo que importa es cuántos gobernadores pone un partido, no si se reeligen los bandidos de Kiko Gómez, porque acá se vendió como “paz” lo que se firmará en Cuba y eso es un engaño. Paz no puede haber, es más, no nos deberíamos permitir sentirla, mientras el país real siga sufriendo.

Es posible que Pretelt engrose la lista de funcionarios que llenan de vergüenza nuestra historia. Pero más vergonzoso, y además criminal, es que dejemos morir de hambre a los niños. O de golpe es cierto lo que Miguel Nule, el del carrusel de la contratación en Bogotá, dijo una vez: “la corrupción es inherente al ser humano”. Frase perfecta para justificar a los muchos Pretelts y a los medios que viven de eso.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar