La nueva patria boba

Los jugadores de póker, incluso los principiantes, saben que los ases hay que guardarlos para el final de la mano. Y que sacarlos antes de tiempo les concede ventaja a los contrincantes.

Resulta extraño, entonces, que el presidente Santos, que es un tahur consumado, se haya precipitado a sacar una de sus cartas más fuertes en la partida por la paz que disputa con las Farc: la de la suspensión de los bombardeos a los campamentos guerrilleros.

Y es que si algo inclinó a favor del Estado la balanza de la guerra, fue el poder aéreo que se construyó a partir de la puesta en marcha del Plan Colombia. Ese poderío ha permitido propinarle a la guerrilla golpes tan contundentes como la muerte de ‘Raúl Reyes’ y del ‘Mono Jojoy’. El apoyo de la aviación también fue fundamental en el operativo que acabó con la vida de ‘Alfonso Cano’.

Muchos ‘coroneles’ guerrilleros, que en ocasiones tienen más importancia estratégica que los miembros del Secretariado, también fueron aniquilados en operaciones aéreas. Como el ‘negro Acacio’, que era el encargado de manejar el negocio del narcotráfico en las Farc.

Si a algo le tienen pavor los guerrilleros, como dan cuenta todos los libros que han escrito los exsecuestrados, es al ruido de los motores de los aviones que anuncian un inminente bombardeo. En consecuencia, una de las mayores motivaciones que podría tener la insurgencia para dejar las armas es librarse de la amenaza de que les caiga una letal lluvia de bombas.

Pues el Gobierno les acaba de quitar esa motivación. Ahora los morrongos jefes guerrilleros pueden dedicarse a darle largas a los diálogos con la tranquilidad de que la mayor amenaza que tenían en su contra se desvaneció.

Demasiada concesión para el tímido avance que han tenido los diálogos. Porque más allá de los presuntos gestos que ha tenido la guerrilla, como el cese unilateral al fuego y los anuncios (hasta ahora son solo eso) de que no reclutarán más a menores y que van a ayudar al desminado, lo cierto es que los puntos más complicados de la agenda de negociación aún están por resolverse.

Y uno, el de qué clase de castigo se les va a aplicar a los jefes guerrilleros por los múltiples crímenes que han cometido, está en un callejón sin salida. Porque mientras ellos dicen que no van a pagar un día de cárcel, los compromisos internacionales que en materia de justicia ha adquirido el país impiden que se les dé una amnistía a personajes sindicados de delitos de lesa humanidad como ‘Timoshenko’, ‘Márquez’ y compañía.

Además, tienen toda la razón quienes afirman que la suspensión de los bombardeos, en la práctica, implica que el Gobierno cedió a la vieja pretensión de las Farc del cese bilateral del fuego. Por la simple razón de que cualquier operativo militar de alguna envergadura tiene que contar con apoyo aéreo.

Es grave que el país se haya dejado meter el cuento del desescalamiento del conflicto, que se inventaron los negociadores de ambos bandos para maquillar el empantanamiento de la negociación.

Este proceso no se emprendió para desescalar el conflicto sino para acabarlo. Y ello solo se logrará cuando las Farc entreguen las armas, paguen –aunque sea a precio de ganga– por los delitos que cometieron, y se conviertan en una organización política.

Pero quitarle la presión que las Farc tienen para firmar la paz es una forma de negociación digna de la patria boba.

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