No vamos bien

El daño de la última reforma tributaria es muy grande y en la medida que las contabilidades de las empresas de la producción tratan de incorporarla en sus cuentas, el susto de los empresarios crece como espuma.

La producción nacional, salvo dos o tres empresas, más que centenarias, es débil e incapaz de sobrevivir con una tributación creciente, como las que el ministro de Hacienda está imponiendo en Colombia. Y no solo es el caso de la actividad industrial. Los otros contribuyentes, en especial las personas naturales, tan perseguidas por el ministro, también se sienten ahogados. La liquidación tributaria que hoy se está pagando tiene afectaciones graves, como es la novedad cruel de gravar también los ahorros con el nombre de impuesto a la riqueza. Este nombre fue cambiado varias veces tratando de justificarlo, llamando ricos a partes de la sociedad que están lejos de serlo.

Se ha venido combinando esta exacción, animando a los alcaldes para subir el impuesto predial, en lo cual estos servidores han sido ávidos y se han desempeñado sin reatos arbitrarios. La suma de estos tributos adicionales está haciendo la vida un tormento creciente. Este desborde alcabalero es bien peligroso, porque queda en manos no muy diestras.

Seleccionando diez de las más conspicuas empresas del país, excluyendo a Ecopetrol, entre 2013 y 2014 tuvieron un crecimiento consolidado de utilidades del 6,8%.

Esas mismas empresas, también con Ecopetrol excluido, tuvieron un aumento tributario de 27,3%. Algo va de Pedro a Pedro.

Si el fogoso ministro dirigiera una rápida mirada con el furor que lo caracteriza, a la Casa de Nariño, se daría cuenta del inmenso costo de la pompa palaciega y de los viajes ostentosos y vanidosos, con todo el gabinete incluido, alojados en hoteles impagables. Excesos que deberían estar alimentando la estructura tributaria para una tributación más equitativa.

Los tecnócratas procedentes del exterior con vistosos diplomas de especialización, unos ciertos y otros no tanto, y que animan el despojo tributario, no saben qué es construir empresas. Viven felices y tranquilos con emolumentos seguros y puntuales, procedentes del mundo de la producción, amenazados de cárcel con la menor anomalía.

Hacer empresa en Colombia es un proceso heroico. Una batalla para idearla y luego para conseguir el capital, lograr una calidad vendible, conseguir créditos en los momentos difíciles, afrontar la dura competencia y asegurar el pago puntual de una nómina cada día más costosa. Si se trata de exportar hay que multiplicar los esfuerzos.

La tributación en Colombia va en contra de la creación empresarial. Ya algunas fábricas han desaparecido por quiebras o por trasladarse a otro lugar más propicio. La industria en este nuestro país, decrece paulatinamente como lo dicen los datos mensuales del DANE.

Otear y desear otro mundo son los temas de las tertulias de los empresarios. Empresas grandes han optado dejar quieto lo construido en Colombia, pero las expansiones las hacen en el exterior. Un Presidente de una connotada empresa nacional, en una asamblea de afiliados de la Andi, cuando fue requerido por el gobierno para una opinión sobre rendimientos de la empresa a su cargo, contestó que las utilidades de las importaciones de los mismos productos que se producen en Colombia son muy grandes, pero si se quiere una expansión de su empresa lo hace en el exterior, donde es mejor tratado.

El contribuyente paga tranquilamente sus impuestos cuando son equitativos, pero los elude cuando atentan contra su estabilidad, como es el caso en Colombia.

Se anuncia otra reforma tributaria, esta vez llamada estructural. Para ello se han llamado a personas que pudieran aportar ideas en este sentido. Los nombres a estos movimientos de la tributación a nadie le importan. Cualquiera que sea el nombre siempre trae consigo los dientes de la extorsión.

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