¿Papilla de Mora?

¿Pidieron las Farc la cabeza del general Mora? ¿Se opuso a la suspensión de bombardeos?

La inmensidad pestilente de la crisis de la justicia ha logrado que una decisión absolutamente crítica para el proceso de paz pase de agache: la sacada de taquito del general Mora de la mesa de diálogos de Cuba.

La larga y respetable carrera del general Mora en el Ejército de Colombia lo condujo no solo a la cúspide formal del mando, sino también a la cúspide de la admiración y el reconocimiento entre sus hombres, circunstancias que no siempre son coincidentes.

Por eso, cuando el Presidente anunció que Mora integraría la delegación de negociadores, en las Fuerzas Militares y en la opinión pública la noticia se recibió con alivio. No faltaron, sin embargo, voces que lo tildaron de traidor, ni tampoco advertencias de que Santos lo usaría solo mientras fuera útil para dar contentillo en la Fuerza Pública, para apaciguar ánimos y para sortear la jornada electoral con el general como escudo militar.

Mora aceptó. Y creo que lo hizo de buena fe. Convencido sinceramente de que jugaría un papel clave en la construcción de la paz y de que su voz sería determinante en la negociación. Por eso, creo que este hombre de bien asumió el rol de negociador con legítimo ánimo patriótico.

Su designación y permanencia en La Habana surtieron el efecto electoral minuciosamente calculado. Era frecuente escuchar entre opositores a Santos, oficiales activos y en la reserva que sus enormes preocupaciones sobre el impacto y contenido de las negociaciones se mitigaban con la presencia de Mora en esa mesa. Él no dejaría aprobar nada que afectara la defensa nacional ni la condición de las Fuerzas Militares.

Y es que era el propio Presidente quien, tarjetones a la vista, así lo proclamaba a los cuatro vientos. Los impulsores de la campaña reeleccionista exprimieron la participación del general en Cuba, a más no poder. Mora habría de impedir que el Gobierno pactara cualquier barbaridad con tal de lograr el retrato Santos-‘Timochenko’. Su presencia demostraba la seriedad y la responsabilidad con las que se conducía el proceso, decían.

Por eso, cuando el propio Gobierno dijo que había llegado el momento de las definiciones en Cuba, cayó como un baldado de agua fría que, valiéndose de un argumento inverosímil, hubieran retirado a Mora. Advertidos de que los generales activos que han mandado a Cuba ni hacen parte de la mesa, ni participan en la negociación, baste leer la aguda columna ‘Patadón a Mora’, de Rafael Nieto, en El Colombiano para entenderlo. El Chapulín Colorado se convirtió en clamor de cuarteles: ¿y ahora quién podrá defendernos?

¿Qué pasó? ¿Pidieron las Farc la cabeza de Mora? ¿Por qué lo maltrataron de esta forma? ¿Por preguntar demasiado u opinar demasiado se les volvió incómodo en Cuba? ¿Les preocupaba que hablara más de la cuenta con Acore y con los oficiales activos?

¿Se opuso Mora a la suspensión de bombardeos? ¿O es que vienen sesiones en las que anticipan decisiones o concesiones que no quieren compartir con él? ¿Qué es lo que quieren ocultarle a Mora, a las Fuerzas Militares y a los colombianos?

¿Por qué en campaña electoral el general era imprescindible prenda de garantía en Cuba y ahora es sacado de taquito y por la puerta de atrás? ¿Por qué nos creen bobos a todos? ¿Y a qué se debe el extraño silencio de Mora, a sabiendas de lo que produjo su exclusión de la mesa?

Solo una conjetura de las muchas que he escuchado me parece razonable: que Mora y las Fuerzas Militares aún no han dicho nada en público porque tienen la esperanza de que Santos rectifique su error y lo restituya en la mesa para que vuelva a cumplir la función de guardián institucional de la seguridad nacional y la Fuerza Pública con la que lo convencieron de aceptar la misión en la que puso en peligro su prestigio, su dignidad, su credibilidad y su honor militar.

Ojalá no sea demasiado tarde, mi General. ¡Ojalá!

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