Tuve una pesadilla

En mi pesadilla a lo Buñuel, me di cuenta de la existencia de una inmensa población de pobres que el gobierno trataba de reducir con solo cambiar la manera de medirlos y contarlos.

“I have a dream”, dijo Martin Luther King. Pues bien, algo parecido me pasó a mí, pero no era sueño. Acabo de tener una pesadilla absurda, larga y humedecida por mi sudor y agotadora por las vueltas que daba mientras la sufría. Recuerdo todo lo soñado.

Yo estaba en un país tropical, parecido a los que llamamos 'bananeros', desbordado por noticias alarmantes y denuncias que no veían resultados prácticos. A pesar de recurrentes elecciones, se tomaban decisiones políticas amañadas, campeaban políticos de dudosa moral, traficantes de armas y drogas, contrabandistas, especuladores financieros y de la construcción y grupos corruptos. Eran privilegiados por la sociedad y mancomunados con políticos también corruptos, también traficantes y también protegidos por empresarios extranjeros y nacionales que compraban las conciencias de todos, explotaban abusivamente el subsuelo, pagaban sumas irrisorias a los trabajadores, exportaban sus ganancias a paraísos fiscales y, finalmente, preferían vivir en el extranjero.

En el azaroso recorrido de mi mal sueño, caía de un infierno a otro. Uno de ellos fue el congreso de ese inimaginable país. Me asombró que pocos de sus legisladores estaban sentados en sus curules. Muchos estaban ausentes, otros iban de curul en curul o se dirigían a los miembros del gobierno que estaban allí para tratar de hacer pasar una mal leída ley de presupuesto. Era como un mercado en el que se ofrecían puestos, gabelas y contrataciones para lograr su aprobación. Se negociaban regalías, se bloqueaban la aplicación de nuevos impuestos y se evitaba una lucha frontal contra el contrabando. Todo eso tenía la dudosa justificación del interés de sus electores y regiones, como si no defendieran los intereses bien tasados de sus patrocinadores. No entendí el sentido, pero la palabras ‘mermelada’ estaba en la boca de todos. También presencié lo que parecía ser una vergonzosa disputa sobre la extraña aprobación de una licencia para el presidente de la corte constitucional, que ocultaba una renuncia y evitaba un despido. Varios legisladores se escaparon en el momento de votar.

Mi temperatura y sudores aumentaron dramáticamente en medio de esa pesadilla. Salté a otro infierno, que llamaban palacio de justicia, un edificio con olor a chamuscado. El presidente de una corte, el que pedía licencia al Congreso, se defendía de las acusaciones recibidas en un severo contraataque al Fiscal de la Nación, a sus compañeros de justicia, a funcionarios públicos. Es decir, muera Sansón con todos los filibusteros. En los corredores se decía que si seguía así se iba a limpiar la justicia de cabo a rabo. Lo dudé.

En mi pesadilla a lo Buñuel, me di cuenta de la existencia de una inmensa población de pobres que el gobierno trataba de reducir con solo cambiar la manera de medirlos y contarlos. Pero los pobres y los míseros seguían ahí. El Gobierno lanzaba acciones mínimas para problemas inmensos, con unos pocos subsidios y unas cuantas casitas para esos millones de desheredados de la tierra. La miseria estaba acrecentada con las víctimas de la violencia y la guerra. Poco se hacía para recuperar las tierras de los desplazados de ese período eterno de violencia y guerra. No había reparación de víctimas.

La ventaja de soñar y padecer pesadillas es que uno despierta. Todo se aclaró al abrir los ojos a la realidad. Me he logrado tranquilizar, todo puede ser felicidad: Nairo ganó una vuelta ciclística en Italia; Shakira sigue felizmente casada con un catalán; Juanes está lanzando un nuevo disco; nuestra reina mundial está bastante callada, pero es toda una monarca; y el Presidente del país dice que ya casi tendremos la paz.

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