Vacaciones para los asesinos

“En el fondo la justicia no puede ser un obstáculo para la paz”. No quito ni pongo comas. No hay nada fuera de contexto. Juzguen ustedes. La declaración fue plasmada tal cual el pasado fin de semana en una entrevista que concedió el presidente Juan Manuel Santos al diario español “El País”. En ella, entre otras perlas sobre el proceso de diálogo en La Habana con la otrora narcoguerrilla (término con el que Santos calificaba a las Farc hace no mucho tiempo), se asegura que el mismísimo presidente intercederá por los capos terroristas vinculados al tráfico de cocaína que sean reclamados por la justicia estadounidense. Para que no vayan los pobres “a morir a una cárcel norteamericana”. En mi opinión es exactamente donde esos criminales deberían acabar sus días, porque quien ha estado intoxicando a niños y jóvenes a sabiendas del mal que hacía, y ha estado llenándose los bolsillos con el dolor ajeno no merece otra recompensa. Pero comprendo al presidente Santos. Para lograr la paz es necesario hacer algunas concesiones.

El problema es que, jaleado por los palmeros del “buenismo” a ambos lados del Atlántico, Santos se está excediendo en los beneficios que está dispuesto a dispensar a los asesinos. Entregado a la izquierda europea (y colombiana) de salón, la que hace dos décadas levantaba el puño para entonar La Internacional y disculpaba los excesos de los Castro, y ahora vive a todo trapo con barco incluido, Santos se cuestiona hasta lo incuestionable.

“Se supone que la justicia transicional exige que se condene y que paguen las penas, sobre todo los máximos responsables. ¿Qué quiere decir que paguen las penas? ¿Dónde las pagan? Eso es parte de la negociación. Lo que mucha gente exige es que sea en una cárcel. ¿Cómo define usted cárcel? Todo esto es parte de la negociación”.

La reflexión, por lo cómica que resulta, podría llevar la firma de Groucho Marx sino fuera por la trascendencia del asunto.

Voy a aclarar algunas cosas, con su permiso. Si los asesinos no pagan con la cárcel las atrocidades cometidas, no se negocia la paz sino la rendición. Si los criminales quedan libres, se están violando los derechos de todos los colombianos. Si los terroristas cumplen las penas en sus casas, no habrá justicia. Si el castigo es liviano, la reparación será una farsa. Una cárcel, señor Santos, es el lugar que corresponde a los maleantes. Muros con barrotes y celdas lúgubres. No habitaciones con televisión por cable, wi-fi y recreo. No retiros dorados a costa de los colombianos en las playas cubanas o venezolanas. Una cárcel es lo que es. No exilios en París, Roma o Madrid. Una cárcel es el lugar donde se “encierra” a los asesinos.

¿O no tienen los mismos derechos los presos comunes que los terroristas? ¿Acaso matar por una supuesta ideología tiene rebajas?

La impunidad es la peor receta para la paz. Porque con ella la concordia es efímera y se traslada el mensaje de que somos débiles. Y así, en el futuro, habrá quien esté tentado de repetir los crímenes a sabiendas de que salen gratis.

Quienes pretenden la paz a toda costa están sembrando la próxima contienda. Porque la justicia nunca es un obstáculo sino el ingrediente indispensable para vivir en paz. Sin justicia, señor Santos, no hay perdón.

Bien haría en escuchar más a sus antiguos aliados (que también quieren la paz) en vez de dejarse mangonear por ex presidentes bajo cuyo mandato actuaron a sus anchas escuadrones contraterroristas al margen de la ley. Exmandatarios que dejaron países al borde de la ruina y que han vivido como marajás a costa de las multinacionales y de imperios mediáticos en los que reinan experiodistas endiosados por el dinero.

La paz exige concesiones, no oportunistas dispuestos a pagarles unas vacaciones a las Farc para que dejen de matar y a entregar como rehén a la justicia.

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