Ahí están sus muertos, monseñor

Como el Diablo se encuentra en los detalles, en una desafortunada entrevista radial a la FM, 15 de abril, m. (con minúscula) Luis Augusto Castro dijo que “es necesario que continúe el diálogo entre las partes”. Además, sostuvo, en medio del dolor, que “muertos los hay todos los días”.

Por lo tanto, me reservo en la presente columna de opinión el derecho temporal que me concede mi condición de practicante católico y de la autonomía a disentir con respecto a sus infortunadas declaraciones.

Con un tono de cinismo, m. Castro sostiene que “las Farc han sido serias durante el proceso de paz”. En relación con  la seriedad de los niños de Iván, pareciera que m. Castro no ha visto las fotos, ni los videos, que circulan por las redes sociales de nuestros jóvenes soldados masacrados por estos señores, si se les puede llamar así.

Los señores de las Farc, en medio de su arrogancia infinita, no han dado una sola muestra de arrepentimiento ni por sus actos, ni por sus víctimas, como para que usted salga a decir que han sido serios.

Durante los dos años de sumisión total de parte de la sociedad colombiana al gobierno de JMS Kerensky por cuenta del proceso de paz, estos señores se han llevado por delante la vida de cerca de 800 soldados y policías provocando graves heridas a cerca de 700.

Tuvo que suceder la masacre de los soldados en el Cauca, como para que la sociedad colombiana reaccionara.

¿En dónde quedó su humanidad, monseñor? ¿Cómo explicarle  al padre del soldado Blanco, quien le pide al expresidente Uribe que no lo deje solo en el entierro de su hijo, que su hijo es un “muerto” más?

Lo mínimo que la Conferencia Episcopal debería hacer como homenaje a estos “muertos”  es ofrecer una misa de condolencia por sus almas. Pero, tal vez, en medio de la ceguera en que cayó la sociedad colombiana, será mucho pedir.

En vez de congraciarse con los lobos saciados de sangre de La Habana, la Iglesia Católica colombiana debería ponerse las botas de sus fieles quienes le aportan sus limosnas, oraciones y solidaridad espiritual para su subsistencia.

Le recuerdo, m. Castro, que el comunismo es por esencia ateo. El comunismo no cree en nadie. Solamente creen en ellos mismos. De ahí, la actitud arrogante y displicente de los niños de Iván para con el generoso pueblo colombiano, incluyendo al actual Gobierno del cual discrepo profundamente.

Como católico me indigna su indolente posición junto con la de los generales Mora y Naranjo con respecto al proceso de paz que se desarrolla en La Habana.

Ahí están sus muertos, monseñor ).

Puntilla. ¿Será verdad que Pinzón y Reyes viajaron, días antes de la masacre, a Washington para tratar el tema de Simón Trinidad? Para quienes no creen que vamos camino a Venezuela, ahí está su ley habilitante.

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