Alocución

Una alocución santista hoy no es mucho más que una columna: la gran diferencia es que una columna al menos no le promete nada en vano a nadie.

Silencio, silencio. El señor Presidente de la República, preocupado por la repugnante crisis de la Corte Constitucional, va a decir todo lo que hay que decir: que en este momento aciago lo fundamental es la defensa de las instituciones, que los corruptos son traidores a la patria, que el paso a seguir es despolitizar a los jueces, que los magistrados no pueden ser clientelistas ni electoreros ni negociantes ni lagartos ni inmunes ni impunes ni intocables, que las cortes deben ser elegidas por concursos de méritos, que vendrá, entonces, una reforma urgente porque una democracia es un texto inacabado e imperfecto que no se debe botar a la caneca, sino simplemente corregir, y que el oficio de los fanáticos y los fatalistas –que azuzan a los ejércitos agazapados a diestra y siniestra– será saltar al vacío una y otra vez a exigir que empecemos de ceros: “¡persecución!”, “¡constituyente!”.

Hasta ahí bien. Hasta ahí de acuerdo en todo. Hasta ahí, hasta esta alocución oportunista que una vez más ha resuelto el caos de la realidad en la ficción de los proyectos de ley, hemos llegado siempre.

El señor Presidente, como si no reaccionara al país, sino a la prensa, se ha declarado asqueado por el sometimiento de nuestra justicia: “tutelas compradas”, “ternas limpias”, “puertas giratorias”. Pero lo cierto es, señoras y señores del jurado, que eso hasta yo habría podido decirlo. Según se ha visto en los últimos tres años, según se ha visto desde aquella noche de junio del 2012 en la que, presionado por la ciudadanía, el señor Presidente se sublevó ante la reforma de la justicia que él mismo impulsó, una alocución santista hoy no es mucho más que una columna: luego de revisar las cuarenta alocuciones que han sucedido desde el jueves 23 de septiembre del 2010 hasta el martes 24 de marzo del 2015 –debo cambiar mi vida, sí– puedo declarar que la gran diferencia es que una columna al menos no le promete nada en vano a nadie.

Sí, el Presidente ha protagonizado toda clase de alocuciones: fue escalofriante la del 2010 en la que celebró la noticia de la muerte del ‘Mono Jojoy’; fue prudente e importante la del 2012 en la que reveló el comienzo de los diálogos de La Habana “gracias a unos canales que había establecido el gobierno anterior”; fue chistosa la del 2014 en la que, vestido de saquito y rodeado de niños en el borde de un ataque de risa, le deseó feliz Navidad al país. Pero tantas de las últimas han sido tan lamentables –la del fallo de La Haya, la de la protesta social y la de la destitución de Petro fueron tardías y engañosas– que lo mínimo es pedirle que su perorata sobre la crisis de la justicia no conduzca a otro cambio para que todo siga igual, sino a un verdadero remedio: “Presidente, no se reserve su liderazgo para el proceso de paz”; “primero los jueces, Presidente”.

Suena imposible. Esta nueva reforma de la justicia, embutida en la desequilibrada reforma del equilibrio de poderes, suena a menjurje improvisado, a haber notado una falla en los cimientos cuando la torre está cayendo. Resulta difícil creerle a este Presidente de alocuciones devaluadas, y cabeza en otra parte, que ahora sí será reparada la Rama Judicial. Y del Congreso se espera esto que está haciendo: reducir toda enmienda a una guerra de pandillas por quedarse con el barrio. El paso a seguir podría ser, en fin, encogerse de hombros como regodeándose en el fracaso de nuestra sociedad: ya qué. Pero quién, que se llame a sí mismo “ciudadano”, va a permitir que unos pocos pierdan el tiempo de todos sacando adelante otra reforma deshonrosa. Quién tiene corazón para quedarse mudo –silencio, silencio– mientras estos políticos mediocres se declaran indignados por lo que ellos mismos han dañado.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar