Cumbre de presencias y olvidos

Es bueno que Cuba haya vuelto a la Cumbre de las Américas, si bien no tuvo que pasar malos ratos oyendo hablar de democracia y libertades políticas. Frente a éstas, Latinoamérica calla.

El apelativo más recurrente para calificar la Cumbre de las Américas que finalizó este fin de semana en Ciudad de Panamá fue “histórico”. Tanto a los periodistas que cubrieron el evento como a cientos de analistas casi todo les pareció histórico.

Hubo un hecho que sí lo fue, sin duda: la reunión de Barack Obama con Raúl Castro. Una reunión anunciada dentro del marco de distensión entre ambos países, Estados Unidos y Cuba, con un largo historial contencioso.

Hecho histórico por cuanto no se limitó a los gestos protocolarios de los saludos obligados que desataron el paroxismo mediático, sino que se trasladó a los discursos y en lo sucesivo debería reflejarse en los hechos.

Eso sí, nadie debe llamarse a engaño. Raúl Castro, al fin y al cabo dictador de un régimen más totalitario que revolucionario, si bien deslizó mensajes conciliadores para la persona del presidente de la democracia norteamericana, se empeñó en repetir las mismas consignas de los años 60 del siglo pasado. No aceptó ceñirse al tiempo concedido para su discurso porque, adujo, llevaba mucho tiempo sin poder hablar. Exactamente lo que en su isla padecen miles de personas que ansían poder expresar sus ideas libremente, pero que si lo hacen, van a la cárcel. Nada de esto se lo reprochan sus colegas latinoamericanos. Antes bien, le ovacionan sus proclamas.

También había expectativa por la puesta en escena del chavismo continental. Al igual que el castrismo, contaban con el aval, expreso o tácito, de Latinoamérica. Mientras Barack Obama defendía la conveniencia de mirar al futuro y respetar las libertades, los presidentes de Ecuador, Bolivia y naturalmente Venezuela se aferraban a las quejas del pasado. A recordar la historia que debería haber sido y no fue siempre por culpa ajena. Reproches por las sanciones contra 7 funcionarios venezolanos por parte de E.U., pero ni una sola súplica (ello corrió por cuenta de 26 expresidentes) a la libertad de los políticos presos por el régimen de Maduro por oponerse a su socialismo represor.

Pero ello dio oportunidad a un intercambio sorpresivo: Rafael Correa insistió en sus consignas contra la prensa, dando oportunidad a Obama para una elegante aunque no menos irónica respuesta: “a lo mejor el presidente Correa tiene mejores elementos de juicio para calificar que la prensa sea buena o mala, pero, en todo caso, yo creo que la democracia consiste en que todo el mundo tenga la libertad de expresarse y defender lo que opina”. Para luego rematar con la que quizás fue la única referencia a la libertad que se hizo en la Cumbre: “Nosotros pensamos que el ideal de no encarcelar a la gente si está en desacuerdo con nosotros es el más justo”.

La intervención del presidente colombiano Juan Manuel Santos trató de drogas, políticas sociales, cambio climático y, obviamente, diálogos de paz. El presidente Santos, que en las últimas semanas ha hecho mucho énfasis en definirse como liberal y librepensador, no hizo ni una sola referencia a la democracia ni a las libertades políticas.

Es posible que la cautela de los Jefes de Estado para evitar hablar de democracia, de derechos políticos, de garantías para la oposición, de respeto a la libre expresión, se deba a que el lema de la Cumbre era “Prosperidad con equidad: el desafío de coop eración en las Américas”. Aunque para quien lo reflexione dos veces, precisamente en un entorno de prosperidad y equidad es cuando tales valores cobran más relevancia.

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