Francisco pide justicia

Una cosa es apoyar la paz y otra distinta es respaldar un proceso de paz –con sus galimatías, aciertos y contradicciones– como el que se discute en La Habana.

El Papa Francisco ha sido claro en el mensaje a todos los colombianos sin exclusión alguna: “Hay que seguir trabajando por la verdad, la Justicia y las garantías de no repetición”. Insiste en la justicia, que no puede ser desplazada para que el proceso sea viable, confiable, cierto. Sin justicia el proceso quedaría cojo, se apartaría de la lógica y las normas papales. Es la condición necesaria, así no sea la suficiente, para que en el desenvolvimiento de las negociaciones se vaya dando, como lo quiere Francisco, “una sincera búsqueda del bien común y la reconciliación”.

El Papa, que anuncia su venida a Colombia, quiere esa paz que ha sido esquiva por muchas décadas. Pero una paz auténtica, real, basada en la vigencia de la justicia. Sin esta no hay paz estable sino vulnerable. Una paz con justicia plena, no politizada, ni recortada. Sin justicia, lo adivinan las mayorías nacionales, puede haber repetición de aquellos días aciagos de violencia y revanchismo, cadena de sucesión de escarnios y brutalidades.

Reitera este pensamiento papal el nuncio Balestrero. Es concreto y resume los criterios de Francisco: “alentar a trabajar por la verdad. La Justicia, la reparación, elementos necesarios para lograr la paz”. Sabe que si falla la justicia en el proceso –como la quieren hacer desaparecer del escenario de los diálogos algunos mamertos– todo el andamiaje se va al suelo. Y el esfuerzo y los recursos gastados se habrán malogrado.

Justicia con verdad reclama Francisco. Sin impunidad ni mentiras. “He venido a dar testimonio de verdad”, dijo el gran jefe de Francisco ante Pilatos, maestro de las contemporizaciones. Sin verdad no hay reparación. Sin verdad no habrá perdón y menos olvido. Son valores que no se pueden poner en juego en ningún proceso de paz real.

Así que par a que lo que se discute en La Habana tenga la bendición papal –la que aspira obtener el presidente con su habilidosa disposición de jugador político para usarla como báculo para golpear la testa de sus opositores– tiene que adecuarla a la vigencia de la justicia reclamada sin ambages por el Pontífice romano. Si la justicia no aparece en todo su esplendor como protagonista esencial del proceso, será difícil que el Papa le dé su bendición “urbi et orbi” para que todos los delitos cometidos por los diversos actores –legítimos e ilegítimos– en este largo conflicto de violencia, queden borrados. Francisco no come cuentos. Sabe aquello expresado hace dos mil años por el Nazareno de “buscar el reino de Dios y la Justicia, que lo demás vendrá por añadidura”.

Bájese el presidente de su soberbia e intolerancia, “para caminar todos unidos en la diferencia” y se logrará satisfacer las pautas de Francisco. Ya va siendo tiempo de mover el proceso para alcanzar la paz, sin el fundamentalismo de quienes atacan y sin el radicalismo de quienes la defienden.

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