Santos, el novio plantado

Cuando Santos puso sus fichas en un acuerdo con las Farc, entregó la sartén del lado del mango.

El presidente Juan Manuel Santos está sorprendido por lo que las Farc hicieron esta semana. No entiende que, tras las reiteradas muestras de buena voluntad que él ha dado para que avance la mesa de La Habana, la organización terrorista lance un ataque planeado con frialdad –un asalto así no puede ser improvisado– para matar en el Cauca a 11 militares, víctimas que merecen el mayor de los homenajes y cuyas familias deben recibir toda la solidaridad y el apoyo. Menos aún comprende Santos que el vil operativo lo haya efectuado un frente que responde de manera directa a ‘Pablo Catatumbo’ y a otros jefes presentes en la mesa de negociación.

El Presidente debe saber que lo ocurrido es, dentro de la siniestra lógica de estos asesinos, absolutamente predecible. Primero, porque cuando Santos, desesperado pues se le enredaba la reelección, decidió poner todas sus apuestas en un acuerdo con las Farc, les entregó a estos terroristas la sartén del lado del mango. Antes, el Presidente había mantenido el proceso en su lista de prioridades, pero al lado del crecimiento económico y otros temas. Tanto es así que llegó a decir que si la mesa de La Habana fracasaba, “seguimos como veníamos, no pasa nada”.

Ha debido mantener esa tónica. Cuando la paz –aquella limitada a un acuerdo con las Farc– se convirtió en el monotema de la campaña santista, los comandantes chocaron felices sus copas: “El segundo mandato de Santos depende de nosotros”, se dijeron. Ahí se fregó el proceso que hasta entonces, mal que bien, había avanzado.

Un líder nunca debe convertir en objetivo central de su gobierno un resultado que depende más de otros –las Farc– que de él mismo. Primero, porque empodera a esos otros. Y segundo, porque no sabe si esos otros le van a caminar. Es como la persona que le apuesta el éxito económico de su vida a casarse con la pareja ricachona que se levantó. ¿Qué pasa si al final esa pareja se arrepiente y no llega al altar?

La segunda razón –insisto, dentro de la lógica siniestra de las Farc– es que los comandantes concluyeron que lo que la mesa de La Habana podía darles ya se los dio: recuperación del espacio político que habían perdido, y de parte de la iniciativa militar también perdida tras las derrotas en el campo de batalla en la década pasada.

Dentro de su retorcido raciocinio, ‘Timochenko’ y sus secuaces no están dispuestos a negociar una justicia transicional con cárcel ni con penas alternativas a la cárcel. Por eso, la mesa de La Habana dejó de avanzar desde hace meses, cuando en la agenda asomó ese grueso tema. El asunto del desminado, que tanta ilusión causó hace unas semanas, es apenas un proyecto por realizar si hay un acuerdo final.

Las Farc se equivocan, claro está. Con su padrino Maduro sumido en una desastrosa crisis y el presidente cubano Raúl Castro como nuevo mejor amigo de Washington, ‘Timochenko’ y cía. solo resultan tolerables si se encaminan hacia la desmovilización. Si no, serán unos parias. Ellos lo ven distinto, entre otras cosas porque la actitud del presidente Santos de poner todas sus fichas en La Habana los convenció de que iba a concederles todo, con tal de firmar un acuerdo.

Santos está como el novio plantado en el altar. Pero peor, porque ni siquiera se puede ir a llorar a su casa. Si sigue en La Habana, corre el riesgo de que las Farc le hagan más daño. Pero si se levanta de la mesa, se queda sin nada entre las manos. La economía, el otro asunto del que a veces hablaba cuando no se refería a la paz, también se está dañando. Y feo. Le queda ponerle fecha de vencimiento a la negociación, demostrar que es capaz de levantarse de la mesa y, en unas cuantas semanas, convencer a las Farc de que si no firman un acuerdo con todo y justicia transicional, les irá peor. ¿Lo logrará?

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