¿Aterrizaje suave o forzoso?

A las autoridades les cuesta trabajo comprender que los motores del crecimiento se están apagando.

La economía colombiana está frenándose y se aproxima a un aterrizaje. Hasta el momento, la pérdida de dinamismo ha sido leve pero, a juzgar por los indicios, podría intensificarse en los próximos meses.

Un indicador que señala lo que puede ocurrir –que mide la confianza de los consumidores y que divulga Fedesarrollo desde hace muchos años– es muy preocupante. En el comunicado de hace un par de semanas, ese centro de estudios anotó que el índice mostró en marzo “un notable retroceso respecto a febrero y frente al mismo mes del año anterior, ubicándose en el nivel más bajo desde junio del 2009. La reducción obedeció a un deterioro tanto en el componente de expectativas como en el de la situación económica actual”.

La caída de la confianza fue dramática y se registró en todos los niveles socioeconómicos (entre febrero y marzo, el estrato más afectado fue el medio) y en las cinco ciudades encuestadas. Aunque sobresalió el desplome en Bogotá. No sorprende. En marzo recibimos los bogotanos las facturas del impuesto predial con cobros exagerados, que tocó pagar en abril. Y el ambiente de pesimismo sobre el futuro se profundizó por la devaluación del peso, el escándalo de corrupción en la Corte Constitucional y la incertidumbre alrededor del proceso de paz.

Las estadísticas recientes registran, además, que las ventas del comercio han sido inferiores a las proyectadas y que la producción industrial continúa muy débil. En el comercio y en la industria manufacturera la desaceleración ha sido gradual, pero la tendencia es clara. Lo que ha llevado a muchos analistas a rebajar sus estimativos de expansión del PIB para el año completo. Por ejemplo, el equipo de estudios económicos del BBVA, generalmente acertado, bajó de 3,6 a 3,1 por ciento su previsión de crecimiento para el 2015.

Hay otros elementos inquietantes del panorama. Los ingresos por exportaciones de petróleo se redujeron 51 por ciento en el primer bimestre del año con respecto al mismo período del 2014. Las exportaciones no tradicionales –las diferentes a los hidrocarburos, los minerales y el café– cayeron 10 por ciento. Por su lado, las importaciones totales lo hicieron solo en 3,7 por ciento. En consecuencia, el déficit de la balanza comercial fue del orden del 1 por ciento del PIB (3.000 millones de dólares); algo así como la mitad del déficit de todo el año pasado. Ya se prevé que el déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos, que fue en el 2014 equivalente al 5,2 por ciento del PIB, suba este año al 5,7 por ciento. Y este hueco debe financiarse, bien con inversión extranjera, bien con préstamos externos o con la disminución de las reservas del Banco de la República.

Para completar el cuadro recesivo, la inversión del Gobierno Nacional se reducirá en este año en comparación con la de los dos años anteriores, y ni el Gobierno central ni los gobiernos locales están ejecutando sus gastos –sobre todo el de las regalías– al ritmo que exige la desaceleración de la actividad económica. Con todo y que alcaldes y gobernadores están en el último año de su gestión y está de por medio una campaña política. Pareciera como si la incapacidad de la administración pública para funcionar fuera cada vez mayor y no tuviera remedio.

Así las cosas, pareciera que la economía, que venía aterrizando suavemente después de la baja del precio internacional del petróleo, estuviera enrumbada hacia un aterrizaje forzoso. En buena parte porque se afectó la confianza de los consumidores y porque a las autoridades les cuesta mucho trabajo comprender que los motores del crecimiento se están apagando y subestiman la magnitud de los cambios que estamos sufriendo, con el argumento de que a Colombia le va mejor que al resto de América Latina. A ellas sí que les toca aterrizar.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar