Los trofeos de la derrota

Colgar una pierna de la malla exterior de una escuela, a la luz del día y la mirada de los lugareños, no encarna más que el daño que producen y la inhumanidad con que actúan hoy las guerrillas.

Los señalados guerrilleros del Eln que colgaron la extremidad de un soldado que pisó una mina terrestre en el municipio de Convención, Norte de Santander, nos dan un doble mensaje: la guerra es aterradora, pero lo es mucho más si quienes la hacen no conocen límites. Esas normas humanitarias en combate que los grupos subversivos en Colombia nunca han querido respetar.

Sus prontuarios criminales son extensos y son una galería de barbaridades que compiten con las peores que haya conocido la humanidad:

Achicharraron a 84 personas en Machuca por dinamitar un oleoducto. Desintegraron con un cilindro-bomba a otro centenar de lugareños en Bojayá. Degollaron y fusilaron a 17 indígenas awá en Nariño. Hace 20 días masacraron a 10 soldados en un polideportivo. Y así, estos señores coleccionan lo que ellos creen “trofeos de guerra”, pero que no son más que el signo de su derrota moral y la confirmación de su desprecio por la vida.

Porque estas que mencionamos son apenas algunas de las miles de acciones brutales y despojadas de cualquier valor militar, digamos comprensible, en el contexto de un conflicto armado interno. Son acciones que deberían causar vergüenza, y que deberían suscitar algún pedido de perdón al país y la desaparición de esas prácticas que ofenden a la humanidad. Pero las guerrillas creen que es la sociedad colombiana la que les debe ofrecer disculpas y comprensión. ¡Qué gente esta!

Lo ocurrido con el cabo Edwar Ávila Ramírez, al que una mina le mutiló sus piernas y quien dicho sea de paso fue capaz de hablar de lo ocurrido con una sindéresis que nos deja admirados, es la exhibición aberrante y contundente del daño tremendo que el Eln y las Farc le causan a nuestra comunidad, en todos sus estratos, culturas y regiones.

Aquel miembro izado por los subversivos tiene que ser imagen y símbolo de la demencia con que proceden los frentes guerrilleros, cada vez más carcomidos y enfermos. Manchados por el narcotráfico, de espaldas a cualquier interés ciudadano, excitados por el terrorismo y ajenos al deseo de paz de los colombianos.

Aunque ellos se dicen interesados en el diálogo y la solución política del conflicto, sentadas las Farc hace más de dos años con el Gobierno en Cuba, y hace más de un año en contactos exploratorios con el Eln, el país debe recibir a diario estas ofensas, estas provocaciones, este dolor, estos atropellos que destrozan cualquier confianza.

Solo esta semana, a la mina del cabo Ávila se sumó otra que le voló un pie a una menor de diez años en Montañita, Caquetá. Qué tragedia esta de las armas no convencionales, pero sobre todo qué desgraciados aquellos que las ponen en caminos veredales, junto a escuelas y salones comunitarios.

Ya alguna vez se denunció la desfachatez de los armados ilegales que amenazaron con “multar” a quienes se atrevieran a retirar o desmontar sus minas terrestres. En su momento, este diario y otros medios lo constataron.

Pueda ser que este proceso para terminar el conflicto en que está jugado y empeñado el presidente Juan Manuel Santos le traiga pronto al país un tiempo sin violencia guerrillera. Que esta maquinaria de atrocidades sea desmontada y que haya paz sin impunidad, porque tales episodios no pueden quedar en el olvido. Que la guerrilla entienda que con cada nueva víctima, apenas acumula su impopularidad y su derrota.

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