Corrupción en el Vaticano

Este papa está decidido a no cubrir a ninguno en esta guerra contra el dinero sucio.

Cuando Francis Ford Coppola, director de la saga de El padrino, filmó en su tercera película la famosa escena del mafioso Michael Corleone (Al Pacino) en el Vaticano recibiendo la bendición de la curia romana, nada más estaba descubriendo la punta del iceberg del peor escándalo sufrido por la Iglesia católica desde los tiempo del papa Borgia: el escándalo millonario del Instituto para las Obras Religiosas (IOR).

Este instituto pontificio de derecho privado fue fundado en 1942, en plena guerra mundial, por el papa Pío XII, quien dudaba de la victoria de los aliados y quiso dotar a la Iglesia de un instrumento financiero moderno que pudiera sobrevivir a la llegada del comunismo a Italia; sus oficinas se encuentran en el siniestro torreón Niccolo V, en la Ciudad del Vaticano, y es considerado, equivocadamente, el Banco Central de la Santa Sede, ya que su verdadera misión es “custodiar y administrar los bienes legados a la Iglesia por personas naturales o jurídicas, destinados a obras de religión y caridad”.

Bellas palabras, pero la realidad de su operación se ha visto mancillada por una cantidad de escándalos que van desde el affaire Sindona, que llegó a legalizar las ganancias de la Cosa Nostra por lavado de activos, hasta los billones purificados por el agua bendita de la poderosísima curia romana.

Pero con el papa Francisco es otra la música. Su Santidad ha declarado la guerra al que él llama “el estiércol del diablo” y ha comenzado una cruzada para limpiar este acervo corrupto de la curia que utilizaba el instituto para toda clase de negocios.

Su primera acción fue despedir al caballero de Su Santidad, Francesco La Motta, por haberse apropiado de una suma de 10 millones de euros, y aprovechó la ocasión para suprimir la milenaria cofradía que les concedía a laicos deshonestos el privilegio de abrir cuentas en el IOR.

Dos días después nombró a monseñor Ricca, uno de sus colaboradores más cercanos, como su representante en el IOR, y enseguida constituyó una comisión de 5 miembros para indagar sobre el tráfico del instituto.

Este papa está decidido a no cubrir a ninguno en esta guerra contra el dinero sucio, y por esto es la primera vez que la Magistratura italiana recibe de la Santa Sede la más amplia colaboración en el caso del cura Scarano, encarcelado por lavado de dinero.

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