El claroscuro de la paz

La paz es un derecho que nos merecemos todos los colombianos, pero esta no se logrará si se mantienen diálogos caprichosos y mezquinos a cualquier observación que se haga.

Han pasado más de mil días desde cuando el presidente Juan Manuel Santos anunció el inicio de los diálogos de paz con las Farc. Pero hasta el sol de hoy no se vislumbra la luz al final del túnel. Todo lo contrario.

Estos mil días han estado llenos de incertidumbre. No existe una política seria de negociación en la que no se entregue todo a cambio de nada. Van más de 2 años y medio en La Habana y, en total, cerca de 5 años desde que los acercamientos clandestinos empezaron.

En ese tiempo, los muertos no cesaron, los engaños al país continuaron y la adornada prosa terrorista sirvió exclusivamente para engalanar atentados, tráfico de droga, reclutamiento de menores, entre otros delitos.

Lo único que se observa es el tire y afloje entre el Gobierno y las Farc. En efecto, en medio de esa puja, han perdido la vida 148 civiles y 700 héroes de las Fuerzas Armadas, sin contar los 1.651 heridos. Eso solo demuestra que con las Farc no se puede tener concesiones. Son de los que al darles la mano se toman el codo, el brazo y siguen hasta tomarlo todo.

Es evidente que no hay una sola persona que no quiera la paz. Es solo que la paz no puede ser a cualquier costo, ni en detrimento de los 47 millones de colombianos. Hoy, todos vivimos en la zozobra y sitiados por la violencia guerrillera y la inseguridad ciudadana. Y lo peor: no conocemos, a ciencia cierta, lo que se está negociando en La Habana.

Esto se refleja en falta de credibilidad, que ya llega al 80 por ciento según las últimas encuestas, y obliga a replantear la forma en que se adelantan los diálogos de paz, ya que es evidente que así no se va a llegar a ninguna parte.

Se ha dicho que el Centro Democrático es enemigo de la paz. Nada más alejado de la realidad. Si bien mantenemos un sentido crítico, también somos propositivos; pero los oídos del Gobierno son sordos y sus respuestas, nulas.

Decir que haya un cese unilateral y una concentración de la guerrilla con verificación internacional no es ser enemigo de la paz, es –simplemente– tener una coherencia mínima con lo que ocurre en el país. El cese unilateral debe ser la regla para negociar. El experimento de hacerlo en medio de las balas no funcionó. Tampoco se puede pretender que las Fuerzas Armadas dejen de actuar. No es una opción, ya que ellos han jurado ante Dios y la Constitución defender a los colombianos. No hacerlo es un delito.

La zona de concentración no es más que un salvoconducto para la defensa de la vida y evitar, como viene sucediendo con las Farc, que se sigan fortaleciendo para un posible contraataque en la eventualidad de que los diálogos fracasen. Estas posturas no son de los enemigos de la paz. Por el contrario, lo que se pretende es acabar con ese claroscuro que vive el proceso hoy en día.

El Gobierno se ampara en la publicación de los acuerdos que se han logrado, pero en ellos lo que más se encuentran son los asteriscos de los pendientes que colman cada una de las páginas del informe.

Esos pendientes necesitarían unos nuevos diálogos y, obviamente, más tiempo, que es lo que ya no se tiene para este proceso desgastado y ajeno a los colombianos. Cada día que pasa va en detrimento de la seguridad, la economía y solo ha servido para el fortalecimiento de la guerrilla y la retoma de su poderío en regiones que ya estaban recuperadas por la seguridad democrática.

La paz es un derecho que nos merecemos todos los colombianos, pero la paz no se logrará si se mantienen diálogos caprichosos y mezquinos a cualquier observación que se haga. Hay que acabar con el principio latente de ‘quien no está conmigo está contra mí’, porque la paz no está escriturada a ningún nombre.

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