¡Gracias, Jeb Bush!

No es en broma: Tenemos una enorme deuda de gratitud con Jeb Bush.

Porque gracias a su metida de pata frente a la pregunta que le hicieron en un programa de televisión sobre la guerra en Irak (“Sabiendo lo que sabemos ahora, ¿usted habría apoyado la invasión del 2003?”. Su respuesta: “Sí”.), la versión oficial de ese conflicto quedó hecha añicos.

Hasta hace poco se decía que esa guerra había sido útil y necesaria, y aunque se admitían errores, como la inexistencia de armas de destrucción masiva, esos errores eran de quienes manejaban la inteligencia en el gobierno de George W. Bush, y cuestionar en retrospectiva la validez de la guerra era insultar a las tropas de EE. UU. Pero con la respuesta de Jeb esa versión quedó expuesta como una mentira colosal, y esconderse detrás de las tropas para evitar responder preguntas elementales y legítimas, quedó expuesta como una cobardía sin precedentes.

Porque la verdad es muy distinta. Y el intento de Jeb Bush de justificar la guerra, así como la estrategia posterior tan improvisada que siguió a la invasión, provocó una reacción indignada y contundente de los medios más influyentes del país, y éstos aclararon, de una vez por todas, lo que ya no se discute: que ese conflicto fue inventado por el gobierno de su hermano, que costó trillones de dólares, que sacrificó la vida de miles de iraquíes y de soldados norteamericanos, y que no tenía justificación alguna. Y esa, a partir de ahora, será la historia oficial de lo ocurrido.

Ya se sabe, en efecto, que no fue un error de inteligencia lo que llevó el país a la guerra, sino que más bien fue que el gobierno quería la guerra, y fabricó la inteligencia y los argumentos para justificarla. “Fue un fracaso de políticas, no de inteligencia”, anota Stephen M. Walt, de Harvard. Al no poder capturar a Bin Laden, y en cambio Sadam Husein estaba al alcance de la mano, de repente el país cambió de enemigo y se orquestó una invasión sangrienta e inútil, con base en mentiras.

La tesis de que había que sacar a Sadam porque tenía un arsenal de armas de destrucción masiva, fue un engaño descarado. Y la tesis de que había que hacerlo porque Husein era un tirano y un asesino, era de una hipocresía nauseabunda. Muchos lo dijimos en ese momento: ¿acaso cuántos dictadores no impuso EE. UU. en América Latina durante décadas? ¿Y por qué no era urgente derrocar a esos déspotas que a menudo parecían más carniceros que mandatarios?

Lo bueno es que ahora es pública la narrativa correcta. Porque lo peor de todo era el triunfo de la narrativa falsa, la versión deshonesta de Bush y sus amigos. Y esta nueva narrativa la resumió Paul Krugman así: “La guerra en Irak no fue un error sino un crimen”. Y ahora quien diga que esa guerra era noble y justa, como lo han dicho varios republicanos, quedan quemados al instante. No se acepta esa infamia a estas alturas. La cúpula del poder de entonces, entre ellos el presidente Bush, Condoleezza Rice, Dick Cheney y Donald Rumsfeld, deberían de ir a la cárcel. Pero antes hay que darle la gracias al hermano de George (ironías de la vida), al tonto de Jeb, porque debido a su metida de pata es que ahora se proclama la verdad en voz alta, y ésa será la nueva versión de esa guerra criminal. Quizá por una vez al menos, la historia oficial se parecerá a la real.

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