Las trampas del cese del fuego

A las Farc no les queda nada en el repertorio ofensivo, salvo emboscadas y atentados absurdos. Como siempre, los más afectados serán los pobres que dicen defender.

La faceta más trágica e injusta de la guerra en Colombia es que el grueso de sus víctimas son hombres jóvenes de origen humilde. Ellos son, a la vez, la máquina de hacer la guerra y la carne de cañón de cada uno de los bandos, sin importar las ideologías y los intereses de quienes los dirigen. Basta indagar de dónde vienen los 11 soldados y los 27 guerrilleros que murieron en las últimas escaramuzas para corroborarlo.

Es por eso por lo que acabar la guerra es un imperativo moral. Sin embargo, el ansia por la paz no debe llevar a decisiones apresuradas que, en vez de solucionar el problema, pongan en riesgo el proceso. En concreto, el tema del cese bilateral, al tiempo que no es factible, es un factor de dilatación de las negociaciones y, por consiguiente, de desgaste del proceso. Desafortunadamente, no están dadas las condiciones para evitar muchas muertes innecesarias.

Las Farc aspiran a un cese bilateral, pero el Gobierno solo lo concedería si aceptan su concentración. Lo que equivale a una rendición si antes no se ha firmado un acuerdo final. Del mismo modo, el cese unilateral es insostenible porque supone una trampa para el Estado. Para que se cumpla, hay que inhibir la voluntad ofensiva de las Fuerzas Armadas. Lo que equivale a un cese bilateral en que las Farc pueden tomar un respiro, que mucho necesitan.

A cambio, solo queda la guerra total mientras se negocia. Es cruel y serán muchas vidas perdidas de jóvenes pobres, pero es la única opción para que las Farc entiendan que hay que apresurar las negociaciones. Sin la presión militar, seguirán aprovechando el desgaste del Gobierno para exigir concesiones en temas tan delicados como el de la justicia transicional, en que el margen de maniobra, por la presión interna y externa, no da para lo que ellas pretenden.

No es cierto, como argumentan algunos analistas, que el rendimiento del uso de la fuerza se ha estancado. Bastaron unos cuantos bombardeos para recordarles a las Farc que si la intensidad del combate continúa, sus tropas no estarán seguras ni en selvas ni montañas. En cualquier momento les llueven bombas.

Por su parte, a las Farc no les queda nada en el repertorio ofensivo, salvo emboscadas y atentados absurdos como el de la torre que dejó sin energía a Buenaventura. Como siempre, los más afectados serán los pobres que dicen defender. Saben que si tocan a las élites, el proceso se acaba de inmediato.

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