Meras ilusiones

Con la comisión de la verdad, las FARC quieren reescribir la historia.

No quiero ser aguafiestas, pero la comisión de la verdad que acordaron el gobierno y las FARC  no va servir para lo que se busca – la reconciliación de los colombianos- sino para todo lo contrario. Nunca se ha demostrado que una comisión genere mayor convivencia; en Argentina, Chile, Guatemala e incluso Uruguay las heridas siguen abiertas. El ejemplo de Suráfrica, tan citado por estos días, tampoco aplica a Colombia. El objetivo primordial en ese país africano era garantizar una transición pacífica de un gobierno de minoría blanca a uno de mayoría negra. Era una transferencia de poder; nada que ver con el proceso colombiano, donde lo que se negocia es una rendición digna de una guerrilla vencida estratégicamente. Sí, rendición.

La toma de las ciudades anunciada por alias “Mono Jojoy” a principios de este siglo es igual de probable que el regreso en vida del comandante guerrillero que aterrorizó a los colombianos con su “ley 001”. Como el betamax, las FARC están condenadas al cuarto de San Alejo de insurrecciones fracasadas.

Es diciente que fueron las FARC las que insistieron tanto en una comisión de la verdad. Quieren reescribir la historia; aspiran que una comisión integrada de por los menos tres de sus simpatizantes legitime su lucha. Sus carro-bombas. Su terrorismo. Sus minas quiebra-patas. Sus secuestros. Sus ejecuciones.  La comisión es para lavar su pasado de asesinatos y crímenes; la contrición no es parte del vocabulario fariano.

Mi pesimismo nace al comparar la declaración conciliatoria del gobierno con el comunicado agresivo de las FARC. Mientras Humberto de la Calle habla del futuro, la guerrilla del pasado. De la Calle dice que la comisión “es para que los colombianos sanemos las heridas y podamos abrazarnos de nuevo como Nación”. Para Iván Márquez el objetivo de ese acuerdo es “conocer la identidad con nombres y apellidos, de los máximos responsables que nos han impedido en 190 años de vida republicana salir del oscuro laberinto de exclusión y violencia política que aflige y que todavía mantiene a Colombia encadenada al despotismo de la guerra”.

“Nombres y apellidos”. Es un discurso de venganza, no de reconciliación. De perseguir culpables. Me dirán que estoy hilando delgado, que la dirigencia de las FARC tiene que hablar duro para que los guerrilleros en el monte no pierdan la fe en la lucha revolucionaria, que lo importante es lo acordado en la declaración conjunta leída el jueves por los representantes de los países garantes del proceso.

Tras leerla con detenimiento, quedé aun más intranquilo. Con lo difícil que va ser lograr un respaldo nacional a una eventual firma de la paz con las FARC, parece un contrasentido publicar el informe de la Comisión tres años después. Eso sólo garantiza que se reabran las heridas y se polarice a la población. Esos documentos generan resentimientos y descontento; no existe una verdad absoluta. Más aún cuando el objetivo de la guerrilla es la de lograr en el escritorio lo que no pudieron en el campo de batalla; la reivindicación de su rebelión armada.

Una de las inmensas ironías de todo este debate sobre la verdad es que en Colombia ya hay mucho que se sabe del conflicto. Gracias a las investigaciones de los medios – en particular Semana-, la posterior labor de la Fiscalía y la Corte Suprema, las confesiones de justicia y paz  y el excelente libro de la periodista María Teresa Ronderos (Guerras Recicladas), hay abundante información pública sobre el origen y el actuar del paramilitarismo. En menor grado, hay material significativo de las actuaciones por fuera de la ley de algunos miembros de la fuerza pública. En ambos casos, se han presentado incluso reconocimiento de culpa y actos de arrepentimiento.

Donde sí escasea la verdad y el pedido de perdón por las atrocidades cometidas es por el lado de la guerrilla. En su comunicado del 4 de junio, retumbó el silencio en ese tema. Las FARC sólo lamentaron que en las encuestas haya personas que quieren “cárcel para quienes, motivados por el altruismo y la solidaridad humana,” se rebelaron contra “un régimen injusto”. Es iluso pensar que una comisión promovida por una guerrilla soberbia termine develando una verdad útil para la sociedad colombiana.

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