Negociaciones de paz: un paisaje desolador

La desconfianza y el escepticismo que afectan las conversaciones de paz tienen al menos tres fuentes: una proviene de la incapacidad manifiesta del presidente Santos para obtener apoyo y generar consensos, otra, de la terca y sistemática campaña del Fiscal Montealegre con sus escandalosas, inoportunas y entreguistas declaraciones en favor de la impunidad y la tercera, de la arrogancia y la soberbia de los comandantes de las Farc.

El presidente Santos ha confirmado que no tiene dotes para ejercer un liderazgo fluido, coherente y convincente en el tema de la paz, columna vertebral de su mandato. La reacción ante la masacre de 11 soldados en el Cauca el pasado mes dejó la amarga sensación de que fue una gravísima equivocación haber ordenado el cese de los bombardeos sin contraprestación importante de las guerrillas. Los exitosos ataques de la Fuerza Aérea en días recientes demuestran que las críticas eran razonables.

Aunque se pronunció a favor de fijarle una fecha a las conversaciones de La Habana, con el pasar de los días la arrojó a la caneca de basura y ha vuelto a airear la necesidad de un cese bilateral del fuego. Estas y pasadas incongruencias y yerros conocidos ampliamente, denotan la ausencia de una clara hoja de ruta de negociación de parte del gobierno nacional.

A estas alturas no hay certeza de para dónde nos lleva el presidente, qué está dispuesto a negociar, a ceder y a cambio de qué, y no ha desmentido la versión de que no veía problema en negociar a partir de la plataforma de las Farc.

En cuanto al papel del Fiscal, aunque se pueda pensar que es un ventrílocuo del presidente que dice lo que él no es capaz de explicar o sostener por cálculo político, es indudable el daño que ha producido. Sus posiciones rebuscadas en pro de la impunidad para las Farc han suscitado la desautorización de la Fiscal y el Vicefiscal de la CPI y el consiguiente estupor de la justicia internacional.

Demasiada pantalla, afán desmedido por mojar prensa, radio y televisión a mañana y tarde todos los días y extralimitándose en sus funciones, han causado un creciente malestar con las negociaciones de paz.

Y el tercer protagonista y responsable del estado de desastre que se palpa en el ambiente, la comandancia guerrillera, piensa, procede y habla en los mismos términos en que lo hacía en El Caguán a través de Raúl Reyes. La justificación de la masacre de once soldados, en cese de fuego vigente, como un acto de legítima defensa, rebosó los límites de la paciencia ciudadana.

En reciente comunicado expedido con motivo de sus 51 años, se autoproclaman “partido político en armas” en abierta apología a la lucha armada. La justifican sosteniendo que en Colombia no hay democracia y que les cerraron las puertas, argumentos replicados por sus agentes infiltrados o amigos o idiotas útiles que se mueven a sus anchas en el frente o periferia civil.

Se ufanan de contar “con el sincero afecto y la solidaridad de muchos pueblos del continente y el mundo”, o sea, de hacer parte integral de un proyecto de revolución continental impulsado primero por la Cuba de Fidel cuando el Ché habló de crear “muchos Vietnam” y luego, por el chavismo y su socialismo del siglo 21 y el Foro de Sao Paulo, versión modernizada y revisada del fracasado comunismo. A medios internacionales han reafirmado ser una organización marxista-leninista, pero, para consumo interno son “bolivarianos”.

Y para llenar la taza de la desesperanza, se toman el descaro de “recordarnos” sus exigencias sin las cuales no habrá paz: “reiteramos que sin los derechos a la vida, la integridad personal y la libertad de los opositores (las guerrillas), sin la vigencia de garantías ciertas para el ejercicio de su actividad política, sin el resarcimiento de sus derechos violados, es inútil pensar en la finalización del conflicto”. Y en una entrevista al diario El Espectador en la que el periodista no se atrevió a contrapreguntar, dijo que la Justicia “se ha atravesado como una mula muerta en el camino de los acuerdos. Hay que remover ese obstáculo.” (elespectador.com 31/05/2015).

De suerte que en vez de conciliadores se muestran cada vez más arrogantes. No quieren ser derrotados a la fuerza, pero, quieren imponer la fuerza de sus acciones en la mesa. Sus metáforas pretenden que sus fusiles disparan palomas de paz y, agregan, no tener nada de qué arrepentirse, que su opción por la guerra les fue impuesta y que la lucha armada ha valido la pena.

No dejan de recordarnos su histórica y belicista consigna “¡Hemos jurado vencer!…¡Y venceremos!” una forma de decirnos que la conquista del poder es por la vía de las armas. Firman desde “Montañas de Colombia” como si no lo hubiesen redactado en las llanuras del Orinoco venezolano o en el lujoso barrio diplomático de La Habana.

En un paisaje de esta naturaleza, un fotógrafo podría decir con acierto: “De aquí no sale una foto”.

Coda: el triste dilema actual del presidente Santos es: reconocer el fracaso de su iniciativa más importante de gobierno o conceder a las Farc, en contravía de las mayorías, impunidad y representación.

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