Compañera inseparable

En Latinoamérica la corrupción existe desde cuando Cristóbal Colón echó anclas en las Bahamas.

Pocos eventos han dado lugar a tantos chistes y conjeturas como el supuesto escape por túnel del ‘Chapo’ Guzmán de la cárcel más segura de México.

Digo supuesto, porque los mexicanos, tan abatidos por la corrupción a todo nivel, no creen ninguna versión oficial. Para ellos, el ‘escape’ del ‘Chapo’ es otro ejemplo de funcionarios corruptos encontrados “con las manos en la tortilla”. Otra comedia oficial para encubrir negociaciones de pagos millonarios entre el capo multimillonario y altas esferas del Gobierno.

Lo que más enfada a los mexicanos es que los traten como a niños contándoles la fantasía del túnel. La mayoría cree que el túnel estaba ahí hace tiempos y que el ‘Chapo’ salió por la puerta principal no mucho después de ser aprehendido, si lo fue en realidad, porque es más probable que nunca estuviera encarcelado. Como escribió Tim Padget, un amigo periodista experto en América Latina: “El problema en México no son los inmigrantes ilegales en EE. UU., son los funcionarios. Especialmente, todos los que viven entre los bolsillos del ‘Chapo’ ”.

El caso mexicano, con el consecuente desprestigio del Gobierno, es parte de lo que Padget llama el ‘verano de corrupción en Latinoamérica’, refiriéndose a los escándalos que afectan al continente. De los túneles mexicanos a los centros políticos en Brasil, donde la estructura de sobornos, fraude, peculado, abuso judicial y lavado de dinero vinculada al gobierno de la presidenta Dilma Rousseff sobrepasa los 2.000’000.000 de dólares.

De paso en el tour está Guatemala, donde manifestantes piden la renuncia del presidente Pérez por un fraude fiscal masivo en las aduanas. Al lado, en Honduras, el presidente Hernández está en medio del escándalo por la orgía de malversación por más de 200 millones de dólares del fondo de seguridad social del país. Costa Rica, considerado alguna vez un oasis de probidad, está envuelto en el soborno épico de la Fifa. Salvo una, las 14 personas acusadas por EE. UU. en ese escándalo son de América Latina y el Caribe.

En América del Sur, vamos desde la corrupción de narcotráfico al tope de la revolución socialista en Venezuela hasta los escándalos que sacuden el gobierno y la familia de la presidenta Michelle Bachehet, en Chile.

“En los 25 años en que he estado cubriendo Latinoamérica, nunca he visto una viruela de corrupción tan amplia y grotesca cicatrizando el continente como en este momento”, escribe mi amigo en su columna.

En el alarmante índice anual de Transparencia Internacional sobre corrupción mundial en el 2014, la mayoría de los países latinos ocupan la parte inferior de la tabla de puntajes que va de cien para los incorruptos –ningún país en el mundo– a cero para países sin esperanzas. Colombia recibió 37 puntos, menos que Perú, Jamaica y Trinidad y Tobago, con 38; El Salvador, 39; Brasil, 43; Cuba, 46.

Aunque ningún país logra pasar sin mancha, en Latinoamérica la corrupción impregna el sistema desde cuando Cristóbal Colón echó anclas en las Bahamas hace 523 años. Y el efecto es devastador. “Escuelas mal equipadas, medicamentos falsificados y elecciones decididas por dinero son solo algunas de las consecuencias de la corrupción del sector público. Sobornos y acuerdos secretos no solo roban los recursos de los más vulnerables, sino que socavan la justicia y el desarrollo económico y destruyen la confianza pública en el Gobierno y los líderes”, concluye el estudio.

Mi amigo tiene la esperanza de que el ‘verano de corrupción’ dé lugar a una ‘primavera de anticorrupción’. Quisiera unirme a su optimismo, pero eso requiere el tipo de verdaderas reformas institucionales para las cuales América Latina siempre se raja.

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