Dieciocho meses de un infame atropello

El trato que recibe Leopoldo López por parte del gobierno venezolano no es propio de una democracia.

No estará nunca de más recordar que las garantías de las que goza la oposición son un indicador que siempre habrá que tomar en cuenta para evaluar la calidad de un régimen que se proclama democrático.

Cuando estas se esfuman y el debido respeto se convierte en inclemente persecución, es necesario encender las alarmas. Todo lo que ha vivido el líder opositor venezolano Leopoldo López en el año y medio que ya completa tras las rejas (aislamiento, robo de sus pertenencias, requisas violentas y un proceso plagado de irregularidades) es suficiente para que la comunidad internacional reciba el mensaje de que el hecho de que aún celebre elecciones no significa que exista una verdadera democracia en el país vecino.

Y es que las condiciones de su reclusión en la prisión militar de Ramo Verde, hay que decirlo sin rodeos, son propias del trato que los más férreos regímenes totalitarios les dan a aquellos líderes que consideran una amenaza debido al liderazgo que tienen entre la población.

Si el video que circuló esta semana ya da cuenta de una muy precaria situación de López, saber que este es de hace diez meses y que actualmente su situación es mucho peor, comenzando porque está confinado en una celda ubicada en una edificación donde él es el único recluso, solo les da la razón a quienes, con toda lógica, vienen denunciando que aquí está teniendo lugar una sistemática violación de los derechos fundamentales de quien fuera alcalde de Chacao.

Del gobierno de Nicolás Maduro se espera algo más que justificaciones traídas de los cabellos, como aquella de que encerró a López para salvarle la vida. Hay que exigirle, cuantas veces sea necesario, que, llegado el momento del juicio, cuente con todas las garantías y que, entre tanto, su reclusión sea bajo condiciones dignas.

La comunidad internacional, por su parte, no puede dejar que este drama se convierta, dicho coloquialmente, en paisaje. Le corresponde recordarle a Caracas que cada vez que un funcionario defienda la democracia venezolana a su discurso lo rondará el fantasma de un infame atropello.

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