El eterno presente – Alberto Lleras Camargo y el rescate del honor patrio

La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia. José Martí

Leyendo sobre la clausura de El Tiempo hace 60 años dice que muchos de nuestros presidentes fueron periodistas. Por lo que me dije: “Hay periodistas de periodistas,” recordando algunas páginas memorables de Alberto Lleras Camargo y su discurrir político que hoy sería guía incuestionable, como estadista, intelectual, orador, parlamentario, defensor de la patria y América Latina, hombre justo. Sólo se recuerda como creador del Frente Nacional que sacó a Colombia de la barbarie, pero pocos conocen la estructura de su pensamiento verdaderamente liberal. Los 11 tomos y un registro de audio fueron un regalo invaluable, posible gracias a la generosidad patriótica de la Federación Nacional de Cafeteros y la Flota Mercante Grancolombiana. Un tesoro.

En 1943, concebía Lleras Camargo la paz como la prueba suprema de un nuevo pacto político y económico en el mundo. Pero referida a Colombia, como patria, azotada por la violencia irresponsable, había que entenderla como un muro de defensa, honestidad, honor y disciplina, como poco vemos hoy; como una vivencia del corazón en eterna caricia de la única amada. Cuando esa metáfora amorosa se vive por la patria ¿Qué estamos dispuestos a hacer y dar? Desde luego que la experiencia de patria ha desaparecido del escenario intelectual porque algunos tontos comunistas desconocedores de la historia colombiana la asocian con Mussolini y Hitler, reviviendo el escenario de la Segunda Guerra Mundial. Quizá sea yo, con un buen grupo de viejos militares, los últimos patriotas románticos.
Así, en la obra de Alberto Lleras Camargo, de manera prodigiosa se presentan premoniciones de lo que hoy nos agobia, quizá porque son frutos del mismo árbol. El siguiente es el déjà vu político del proceso de paz EN EL MARCO DE UN PATRIOTISMO OLVIDADO.

En su columna de El Tiempo “Llamado al patriotismo” decía Lleras Camargo el 1° de noviembre de 1949: “La patraña del comunismo. Ahora se anuncia que están rotas las relaciones entre los partidos y entre uno de ellos y el gobierno, y esto cancela la posibilidad de recurrir a la desesperada iniciativa del ejecutivo plural. A todo esto la única explicación que se ofrece y repite, es la de que el comunismo amenaza la República, y yo me pregunto sorprendido cómo es posible que en tres años y medio el partido más desprestigiado y menos numeroso, que no logró jamás alterar la superficie de la vida política de Colombia, se haya podido convertir en un factor de perturbación para más de 10 millones de colombianos, cuya fundamental unidad religiosa, cuya filosofía política y solidaridad social son el mejor dique contra los partidos extremistas.” Una consideración crítica de esa visión en 1949 nos llevaría a preguntarnos hoy en 2015 ¿Por qué se repite la misma situación? Pero como hombre de estado, Lleras Camargo proponía:

“Ante el espectáculo de una República que cayó vertiginosamente al abismo que tantas veces y con tanta fortuna eludió en el pasado, azotada por la violencia irresponsable, atemorizada y dispuesta a entregar a cambio de paz, hasta sus más puras tradiciones institucionales, solo hay la esperanza de que todas las gentes de buena voluntad se decidan a defender el auténtico patrimonio espiritual y moral de Colombia, que todos los días disminuye, ofreciendo serenamente un muro de resistencia para detener a los violentos. Así ocurrió siempre en las grandes épocas de Colombia.”

“Tampoco quiero ocultar la sensación de asombro que me produce el que hayamos llegado tan hondo y tan bajo, que no haya sido posible en esta emergencia decisiva, la formación de ese incontrastable y mayoritario partido de los patriotas, que siempre se reunió en los momentos de crisis, que siempre logró resolverlas, y se disolvió siempre silenciosamente, sin exigencias, y sin presentar la cuenta de sus servicios incalculables. Todos en Colombia hemos pertenecido a él, en una u otra ocasión, además de pertenecer al nuestro. Es una institución nacional que nos ha salvado de más catástrofes que todas las instituciones políticas juntas, y que además ha salvado a esas mismas instituciones, no menos de ciento de veces en nuestra historia.”

Para que no nos engañemos, el patriotismo es el sentimiento que tenemos por un Colombia digna, a la que nos unen los múltiples valores de nuestra diversidad humana, con sus diferentes culturas peculiares, historias y afectos que han creado el maravilloso orgullo colectivo de pertenecer a este país a pesar de sus dificultades. Los imbéciles llaman a esa realidad el ser de derechas.

Como vemos el patriotismo, hoy falsamente remplazado por los falsarios del idioma que lo llaman caudillismo, ha sido, además, embaucado por el lavado de cerebro marxista con el mismo cirirí: ricos y pobres, clase trabajadora explotada, inequidad, distribución de la riqueza, estratos, dinero fácil, corrupción, hasta el punto que la conciencia de ser colombiano ha sido remplazada por una respetable ciudadanía que vive en un Estado de derecho que, además, desconoce por lo que no puede defender a Colombia desde esa vertiente; es algo que ha estado ahí como un mueble que nos endilgaron desde 1991, pero que no sabemos qué es en realidad. No nos duele su virtud violada muchas veces. Esta imagen sexuada del concepto nos hace pensar en la RESPONSABILIDAD que se debe asumir, temer o afrontar cuando, llevado por el deseo, debemos tener prudencia y sinceridad al elegir nuestra acción, de reconocer o desconocer, respetar, ultrajar o ignorar al otro miembro de ese Estado de derecho. La responsabilidad de un patriota sabe que incumplir el derecho, como parte constitutiva fundacional de la patria, puede significar la barricada, los días de hambre e insomnio. Pero esa dignidad de asumir nuestra patria, desde la defensa del derecho, la hemos delegado en el ejército cuyo Código de Honor desconocemos y que aquí reproduzco, pues Alberto Lleras Camargo consideraba que “la misión de preservar la nacionalidad debería ser encomendada a…los mejores, los más rectos, los más justos para que sean ellos quienes establezcan el equilibrio cuando sea menester.” Dice el Código de Honor:

Como Soldado de la Patria: me comprometo solemnemente a profesar lealtad y fidelidad a Colombia y a mi Ejército, en defensa de la República, la libertad y la democracia.

El honor será mi primera virtud militar y mi fuente de inspiración. Observaré disciplina en todo lugar y circunstancia.

Por vocación, soy y seré un Soldado leal con espíritu de servicio. Mi Ejército nunca se avergonzará de mí.

Seré justo en mis decisiones y prudente en el uso de la fuerza.

Cultivaré la honradez y la sobriedad, y seré vigilante, frugal y trabajador constante en mis deberes y asuntos.

Jamás divulgaré información que me haya sido confiada, y guardaré silencio y reserva sobre los asuntos del servicio.

Combatiré con valor, coraje y ánimo sereno, y sin esperar más recompensa que la de saber que cumplo la voluntad de Dios, lograr la grandeza de mi Patria y la gloria de mi Ejército.

No abandonaré a mis superiores, compañeros o subalternos en acción de guerra ni en cualquier otra ocasión.

Seré magnánimo en la victoria y orgulloso en la derrota honrosa.

Seré moderado, generoso y compasivo con el enemigo rendido o capturado. De caer prisionero o ser secuestrado, continuaré resistiendo por todos los medios disponibles y haré todo lo posible por escapar y recuperar mi libertad.

Vemos entonces por qué duele tanto cuando Ejército y terroristas se ponen en el mismo rasero de una negociación apátrida. Si se rescata entonces, la honorabilidad de la idea firme y clara de lo que es ser patriota, puede haber entonces cohesión moral; no se permitiría el saqueo ético y fiscal de la patria mediado por el oportunismo político o terrorista.

¿Cómo surgió la fibra del patriota? Bolívar decía que nuestro país había sido una excelente universidad. De un folleto en francés, Los Derechos del Hombre, que llegó a las manos de Nariño surgió la curiosidad, la discusión crítica de posibilidades en las mentalidades de 1810 para ir fundando una nacionalidad, amarla, defenderla hasta morir por ella. Hoy con millones de libros, periódicos y universidades no tenemos en claro qué es esa nacionalidad, hasta el punto que dejamos que nos la arrebaten, nos la humille cualquier terrorista, nos negocien con promesas falsas. Y la degeneración de esa conciencia, que hoy llamamos corrupción, y que vende esa nacionalidad, la retrataba Lleras Camargo así: “El oro no dobla la conciencia sino en aquellos que la han ido adelgazando, hasta dejarla en una lámina transparente y dócil.”

El pensamiento de Lleras Camargo sobre los diferentes tipos de paz seguramente disgustaría a los súper pacíficos. Hablaba de una ‘paz indeseable’ sustituta del temor a la guerra que se convierte en una paz entreguista a toda costa, enfermiza, que se pacta para neutralizar un resultado supuestamente catastrófico. ¿Por qué lo decía? La comparaba con el sentimiento que se experimenta cuando se sale definitivamente de la trinchera para volver a casa; se ha salvado la vida; hay una nueva oportunidad, un sentido precioso de que una amenaza permanente desapareció. En contrataste Lleras Camargo vería que en Colombia no habría actualmente un ‘cese bilateral’ como simulacro de paz, sino un paréntesis de angustias no canceladas; una esperanza provisional más cruel que la misma guerra y que en otros años se llamó guerra fría, en este caso, doméstica. Para entenderlo apliquemos a nuestra situación actual lo que decía sobre el pacifismo.

“El pacifismo es una actitud moral e intelectual respetable, nobilísima y la única que obedece a estímulos de la razón pura. Pero el pacifismo tiene que ser una tendencia universal con igual fuerza en todos los países, si no quiere correr la tremenda contingencia de convertirse en el colaborador más eficaz de la guerra. El pacifismo y el desarme como políticas nacionales son suicidas, y casi implican una traición cuando el vecino peligroso (o el interno) no profesa las mismas ideas.”

Ese pacifismo y las diferentes formas de ejercer la dictadura nos impide vislumbrar lo que realmente pasa. Describía Lleras Camargo premonitoriamente el 15 de enero de 1930 en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, dentro de la campaña presidencial en favor del Doctor Enrique Olaya Herrera, lo que pasa hoy. Distinguía la dictadura del chafarote, fácil de identificar y combatir con otra que ‘no hiere su epidermis el gobierno desgarbado de esta época, y no provoca ira la manera taimada, socarrona y turbia como se manejan los destinos en este conciliábulo conservador, que cada día se ha ido reduciendo, y que en los últimos años está tomando el aspecto de una monarquía decadente, con sacudidas de histeria bélica, y con exclusividades de familia real. Queda el espíritu perplejo al ver cómo, sobre la indolencia de una mayoría numérica, un grupo de políticos se adueña de la administración, y sin preocuparse siquiera por disfrazar su espíritu mezquino, se dedica a la cría de hombres de Estado, injertándolos a la burocracia y dejando que nazcan canas sobre sus cabezas para elevarlos a la dirección de los destinos nacionales. El régimen, desde luego, es un régimen de violencia.” Los nombres son diferentes, pero las conductas son las mismas de los impostores políticos que utilizan las diferentes formas de la coacción.

Lo presentado desde la perspectiva histórica de Alberto Lleras Camargo es muy relevante hoy porque invoca su experiencia como demócrata en tiempos difíciles de la patria. De nuestro escenario político está ausente el debate de altura, la definición exacta de los temas y el sentido de patria; y lo que debería ser objeto de examen público pertenece al nuevo género de ciencias ocultas llamado ‘esoterismo político habanero.’

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