La tierra de los carteles

Leyes de mercado es el nombre que le damos a la avaricia humana. Y así vamos, de mafia en mafia.

Dice una amiga que con el dólar a tres mil la única opción que queda es conocer Colombia. Yo no creo que sea tan así, porque, con todo y la devaluación, sigue siendo mejor negocio salir del país. Bogotá, por ejemplo, está repleta de sitios que venden comida que no llena y tragos que no emborrachan, pero que cobran como si estuvieran curando el alma. Y no solo esta ciudad. La semana pasada pagamos en un restaurante en Cartagena una cuenta de un millón de pesos y salimos sobrios y con hambre.

No es casualidad que tengamos guerrilla, narcos, paramilitares, corruptos y delincuentes comunes, porque hasta los colombianos “de bien” somos bien regulares. Acá el papel higiénico es más caro que en Inglaterra y se nos vienen alzas en los peajes como si anduviéramos por autopistas de seis carriles. En la prensa han salido reseñados los carteles del papel, del pañal, de los cuadernos, del cemento, pero la verdad es que hay carteles por todos lados.

A mí me da miedo lidiar con un hotelero, con un restaurantero, con el dueño de un almacén de ropa, porque embaucan con verbo. Cocina fusión o cocina de autor, acá los restaurantes ya no venden comida sino ‘experiencias’. Hasta la comida sencilla con la que nos alimentábamos en la infancia se ha vuelto exótica. Acá llaman a un postre ‘Frutos rojos del jardín encantado’ para poder cobrar de más por el helado de fresa de toda la vida. También están los hotel boutique. Vaya a Villa de Leyva, pueblo bonito pero aburrido, y le cobrarán el hospedaje como si estuviera en París.

El cartel de los peajes, el de la gasolina, el de la finca raíz, el de la salud, el de las facturas de celular y el de los recibos de la luz y del agua; todos gremios poderosos. El cartel de los parqueaderos es pavoroso, porque ya está hasta en los cementerios. Da rabia pagar, pero da más pena decirle a un muerto que no se lo visitó porque cobran el estacionamiento.

Pero de todos los carteles que no han sido expuestos al público, quizá el peor es el de la educación, que hace rato dejó de ser una vocación para convertirse en una mercancía más. Y la manera de cobrarla cara es por medio del miedo. Usted no invierte en la educación de sus hijos y le meten el cuento de que será un fracasado para siempre. Pura manipulación. Por eso casarse es caro, enfermarse es caro y morirse es caro; no cobran lo que vale, cobran la ocasión. Un ataúd vale lo mismo que un carro usado y el pedazo de tierra donde lo entierran cuesta lo que un apartaestudio.

Mientras las opciones de estudiar en el colegio sean la millonada del privado o la mediocridad del público, este país no va para ningún lado. En mi época era más cara la universidad que el colegio. Ahora, con las mafias, los colegios se volvieron venenosos, al igual que las guarderías. En países desarrollados, la educación pública funciona y los niños van a la escuela que está más cerca de la casa. En Colombia, para ser alguien toca mirar el escalafón de los mejores colegios y pagar un bono de ocho dígitos que, por mucho que quieran justificarlo, no se entiende. Una millonada para que a los niños los vuelvan unos tarados que con 60 años aún le preguntan de qué colegio salió a cualquiera que conocen. Dichos colegios son tan malos que de ellos se han graduado hasta presidentes de la República.

Leyes de mercado es el nombre que le damos a la avaricia humana. Y así vamos, de mafia en mafia, de atraco en atraco, pagando pasajes de avión como si en vez de ir a conocer el mar fuéramos a conocer a Dios. No tenemos salida. Nos roban cuando comemos y nos roban cuando nos limpiamos el culo, y en eso nada tiene que ver el precio del dólar.

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