Ladrones

Los presidentes de América Latina están dando un vergonzoso espectáculo de corrupción.

Aún no me repongo de la noticia: el expresidente de Brasil Luis Ignacio Lula da Silva es investigado por recibir 10 millones de dólares en sobornos. La fiscalía de su país lo acusa de tráfico de influencias a nivel internacional para favorecer contratos de la firma Odebrecht, artífice de la mayor trama de corrupción en la historia empresarial latinoamericana.

Que Odebrecht les ofrezca plata a los que detentan el poder no me extraña. Su dueño, Marcelo Odebrecht, es un billonario sin escrúpulos que le pone precio a todo el mundo. Por algo está acusado de lavado de activos, concierto para delinquir, fraude en licitaciones y formación de carteles empresariales. Y lo que es más grave: de sobornar a políticos y funcionarios de Petrobras, la petrolera estatal con la que su empresa tiene millonarios contratos.

Pero que Lula haya recibido plata sí me parte el alma. ¿Lula, el presidente más carismático y revolucionario del Brasil? ¿El fundador del Partido de los Trabajadores, el movimiento de izquierda latinoamericano más importante de los últimos 20 años? ¿El presidente que sacó de la pobreza a 28 millones de brasileños?, ¿el que les dio pan y escuela a millones de ellos?

Lula era ejemplo de superación para tres generaciones de latinoamericanos. Un humilde tornero de San Pablo que encontró en el sindicalismo una vía legítima para progresar y llegar alto. Un hombre que sin educación, ni dinero, ni apellidos, ni roscas de ningún tipo, llegó a ser Presidente del país más importante de nuestro lado del mundo.

Lula fue para Brasil lo que Benito Suárez a México, Marco Fidel Suárez a Colombia, José Mujica a Uruguay o Abraham Lincoln a Estados Unidos. Fue mucho más que un simple presidente: Lula era un líder excepcional para todo nuestro continente. Una figura trascendental en crisis diplomáticas como la de Colombia con Ecuador y Venezuela en 2008, y otras camorras de importancia continental.

Ahora, Lula es uno más en la lista de mandatarios acusados de corrupción presidencial. En Panamá, el expresidente Ricardo Martinelli acaba de ser imputado con cinco cargos: corrupción, espionaje, sobornos, plagio y peculado. En México, el actual presidente, Enrique Peña Nieto, está siendo acusado de comprarles propiedades a contratistas del Estado a precios regalados.

En Argentina, la presidenta Cristina Kirchner es investigada por el crecimiento desorbitante de su fortuna personal, que se ha cuadriplicado en los ocho años que lleva al frente de la Casa Rosada. Y en Honduras, el presidente Juan Orlando está acusado de recibir dineros ilegales en su campaña presidencial del año pasado.

Ni hablar de los delfines del vecindario: al hijo de la presidente chilena Michele Bachelet lo acusan del delito de especulación inmobiliaria, a la hija del expresidente venezolano Hugo Chávez le encontraron un recibo con 700 millones de dólares en una cuenta bancaria y al hermano del presidente ecuatoriano Rafael Correa lo tienen investigado por recibir dinero a cambio de favores políticos.

¿Qué les pasa a los gobernantes de nuestros pueblos? ¿Será que todos tienen precio? ¿Estamos condenados a repetir la misma historia de corrupción desde que nacemos? Porque yo crecí escuchando robar a Bucarán en Ecuador, Fujimori en Perú, Flores en El Salvador, Pérez en Venezuela, Mello en Brasil, Trujillo en República Dominicana y Portillo en Guatemala.

Han pasado muchos años y los presidentes latinoamericanos siguen robando. Pero lo de Lula sí me parte el corazón en mil pedazos. A él sí lo admiraba.

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