Las tragedias de la frontera

La dramática situación generada por Maduro en la frontera requiere atención integral, eficiente e inmediata del Gobierno.

Mientras a las cancillerías de Colombia y Venezuela les pareció adecuado reunirse cada ocho días para dialogar sin apremios sobre la crisis fronteriza, nuestros compatriotas y los hermanos venezolanos en Cúcuta y en el Táchira vivieron momentos amargos de angustia y dolor en el fin de semana que acaba de concluir.

Más allá de una tardía declaración dominical de media tarde de la Cancillería, los clamores de esos seres indefensos se estrellaron contra barricadas infranqueables sin importar el hambre de los niños, el quebrantamiento de los hogares, la ruina económica, la enfermedad de los ancianos ni, mucho menos, la dignidad de los seres humanos.

Parece que Maduro creyera que le asiste una especie de blindaje ante el gobierno Santos por su condición de jefe de Estado anfitrión de cabecillas del terrorismo que han encontrado cómoda residencia en territorio venezolano desde antes de iniciar cualquier proceso de paz.

Los antecedentes son inquietantes. En el pasado han bastado dos resoplidos de Maduro a Juan Manuel Santos para que el Gobierno sofoque sumiso cualquier reclamo razonable y justificado que hubiera pretendido formular ante los excesos del atrabiliario gobernante.

Por eso es doloroso el contraste entre el gentil tratamiento que reciben los jefes de la guerrilla con la brutal crueldad con la que tratan a los colombianos humildes, cuyo único pecado, en la mayoría de los casos, ha sido soñar con un futuro mejor para sus hijos sin matar a nadie, sin ofender a nadie, sin dañar a nadie.

Bien llama la atención de la cancillería el periodista Gustavo Gómez, recordándole testimonios públicos sobre uniformados que marcan en Venezuela las casas de los colombianos, en tiempos de decretos de emergencia que recortan aún más las garantías ciudadanas permitiendo allanar sin previa orden judicial residencias y oficinas privadas.

Aunque la propia María Corina Machado ha reclamado que se publiquen los textos de los decretos de emergencia, lo que hasta el momento ha sucedido es que de facto pareciera reinar un clima de sustitución de libertades por represión político-militar que deja a nuestros compatriotas expuestos en su integridad, en su intimidad y en su sagrado entorno familiar a los abusos y desafueros de un régimen empeñado en encontrar distractores sobre su fracaso a la hora de la contienda electoral.

Como en las épocas siniestras de los nazis, que marcaban las residencias de los judíos, así marcan las de los colombianos ante el silencio de nuestro Gobierno, de nuestros gobernantes. Nadie quiere que se estimule un nuevo conflicto con Venezuela. Pero tampoco nadie debería tolerar la pasada de agache ante los peligros inminentes y las infames agresiones verbales o físicas contra Colombia y los colombianos, que van desde ciudadanos humildes hasta reconocidos expresidentes.

Injusto sería con la señora Canciller reprochar solo en ella las ausencias o atribuirle a ella todas las culpas. Hay unas medidas urgentes que el Gobierno ha debido adoptar desde el viernes pasado. Por más ilustre ministro del Interior cucuteño que tienen en el gabinete, los planes de mitigación del impacto de la crisis en la zona de frontera han sido absolutamente insuficientes y desganados.

El domingo se ha debido iniciar con una claridad sobre las líneas de apoyo a comerciantes e industriales de Cúcuta, con estrategias precisas en materia de empleo, abastecimiento alimentario y salud, con una definición seria de los ministerios de Minas y Hacienda sobre la crisis de la gasolina, con una propuesta de ajuste a la errática política de fronteras y con un plan humanitario para quienes lo requieran. Pero no… estos asuntos, al parecer, no hacían parte de la agenda prioritaria del fin de semana.

Ojo con Maduro acorralado. Ojo.

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