Maltratos en Venezuela y sobresaltos en China

Con el pretexto de combatir el contrabando, que debiera ser empresa prohijada y compartida por las dos naciones, se ha desatado persecución sistemática contra compatriotas humildes.

Todo ha venido a eclipsarlo, incluso al tsunami financiero de China, la hostilidad desbordada del gobierno de la República hermana de Venezuela por cuanto huela a colombiano.

Con el pretexto de combatir el contrabando, que debiera ser empresa prohijada y compartida por las dos naciones, se ha desatado persecución sistemática contra las personas y los bienes de compatriotas humildes, no pocos expulsados de ese país, pese a haber residido en él durante varios años.

Yendo hasta el extremo de utilizar el señalamiento previo de sus modestas viviendas para efectos del designio de demolición arbitrariamente decretada, sin contemplaciones por el tamaño de las familias o su edad. En las pantallas de televisión hemos visto cómo se realiza esa triste hazaña, a semejanza de las prácticas nazis de abominable recuerdo, llevándose de calle enseres y otros elementos de uso personal, presumiblemente preciosos para sus existencias.

Con tranquila energía, el presidente Santos y su gobierno han presentado las protestas y reclamaciones debidas, tanto por los atropellos perpetrados como por los agravios lanzados en forma descomedida. Por otra parte, venenosas y desmedidas acusaciones han provenido de la más alta jerarquía venezolana contra compatriotas de la significación política del expresidente Álvaro Uribe y otras figuras de nuestro sistema democrático. No digamos del propio gobierno, irrecusablemente legítimo y, en su ejercicio, guardián de las libertades públicas.

Quién iba a pensar que los sueños de complementariedad se fueran a truncar melancólicamente en día no lejano y que de su vigencia en nuestras naciones no restaran sino cenizas de viviendas chamuscadas o expropiadas de facto. Aun así, esa complementariedad debiera revivir, juntamente con las libertades públicas, como fruto preservado y madurado en la adversidad. Por nuestra parte, seguiremos aferrados al ideal grancolombiano, exento de odios y arrestos despóticos, pensando que la adversidad no puede ser indefinida.

La otra ola impetuosa provino ciertamente de la República Popular de China. Muchos debieron sorprenderse de la revelación, a golpes de crisis, de la capacidad de su mercado de receptor voraz de materias primas, e inclusive, de artículos sofisticados.

No en vano ha escalado la cima de potencia económica mundial, con capacidad decisoria en la órbita financiera y productora de algo más que artículos baratos gracias al esfuerzo de una poderosa mano de obra, cada vez mejor preparada.

El suyo es un caso muy singular en la historia. Empezó produciendo en masa y para las masas y acabó asimilando talentos e invenciones de todas las latitudes. Hoy es común y corriente que los artículos más finos o de mayor novedad o de más resistencia al uso y el transcurso del tiempo aparezcan con la advertencia de que fueron hechos en China, no importa cuál sea el origen de su marca.

Igualmente, su poder financiero se ha irrigado al resto del planeta mediante pagos anticipados a buena cuenta de materias primas estratégicas, petróleo primariamente, adquiridas a sus privilegiados productores: Venezuela, por ejemplo. No es extraño tampoco que haya invertido en desarrollo de países estratégicos del África, por ejemplo, o en vías de comunicación en América Latina, verbi gracia el canal interoceánico de Nicaragua.

A las potencias asiáticas también les sobrevienen recesos y crisis. Así el Japón pasó de amenaza al corazón arquitectónico de Nueva York a rumiar largo estancamiento y deflación. Solo que la República Popular de China es intrínseca y económicamente mucho más grande y poderosa y que queda por ver el capítulo de su salto a la competencia por la primacía mundial. Todo con una población que se va situando a la altura de nuevas responsabilidades.

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