Pedagogía de la paz

Se habla ahora de creatividad y pedagogía, como fórmula para alcanzar la confianza perdida en el proceso de paz. Pero no hay publicista que tenga la poción mágica, para sanar la desconfianza que nació paralela a los encuentros en La Habana. El abuso de las palabras paz y proceso terminaron convertidas en sinónimos de vacío y cansancio. Ahí está una de las claves para conseguir lo que se ha vuelto tan esquivo para el gobierno: “La credibilidad de los colombianos”. Pero más allá del abuso del lenguaje con fines propagandísticos, vale la pena preguntarse por qué la mayoría no cree en el “proceso”.

Era apenas natural que las Farc despertaran escepticismo, con sus altivas declaraciones sobre víctimas, entrega de armas y justicia, pero no lo era el desdén del Gobierno por el pensamiento  mayoritario. Desde el principio el secretismo llevó a la desinformación y esta, a la desconfianza, pues subestimaba a quienes tenían dudas razonables sobre si las Farc eran fiables o no. Todo se redujo y se estereotipó en un conglomerado heterogéneo, llamado por el Gobierno olímpicamente “enemigos de la paz”. Esta forma de desprecio graduó de enemigos a quienes no lo eran, polarizó la opinión y empoderó a las Farc.

Se fortalecieron,  además, porque el cuidar el éxito del proceso se volvió más importante que preservar valores  democráticos. Desde entonces, las energías se concentran  en  borrarle  a las Farc el inri de haber cometido delitos de lesa humanidad, en hacerle el quite a la Corte Penal Internacional, en garantizarles sus exigencias de “no pagar un solo día de cárcel” y “no reparar con sus recursos a sus víctimas”.

Hasta se dejó de hablar de víctimas de ese grupo armado. Se diluyeron hábilmente. Se les permitió, a la Farc ser jueces y parte en el señalamiento de quiénes son los victimarios y quiénes las víctimas. Además, se debilitó al naciente movimiento de éstas, con la complacencia de sectores sociales, destinados a protegerlas, que proclamaron, sin pudor alguno, que en Colombia no había paz porque las víctimas no perdonaban.

Sistemáticamente, se trasladaron el peso y los costos  de la reconciliación sólo a una de las partes, a la sociedad civil colombiana, que no estuvo armada y puso los muertos, los secuestrados, los extorsionados…

Todo se volvió móvil y negociable en aras de la firma. Los grandes esfuerzos de pensadores nacionales y foráneos están concentrados en ver cómo los delitos de lesa humanidad cometidos por las Farc, dejan de serlo. En cómo enlodar judicialmente hasta al más pequeño de los contradictores, para silenciarlos por el miedo y alcanzar el propósito de las Farc de que en “Colombia todos somos iguales” siempre y cuando no se trate de la justicia porque en ese terreno ellos entraron al banquillo de los acusadores, con la complacencia del gobierno oficial.

Pero no todo está perdido, aún es posible recobrar la confianza. Para lograrlo, no es preciso malgastar millones de dólares en asesoramiento publicitario. Basta que el pueblo colombiano tenga los interlocutores correctos, en prensa, radio, televisión e internet, a los maestros de vida, las víctimas, quienes a pesar de todo mantienen su vocación de perdón y reconciliación. “Las víctimas gestoras de paz” serían las pedagogas  que ahora busca con desesperación el Gobierno. La propuesta está planteada, desde el inicio mismo del proceso de paz.

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