Prohibidos los besos

Venezuela está en el abismo. No hay nada nuevo en ello. Lleva así un decenio, desde que las rentas petroleras se esfumaron tras un quinquenio de nefasta planificación que llevó a un país sin apenas producción propia a tener que importar hasta el papel de baño. La Venezuela chavista ha corrido tanto para asemejarse a Cuba que ha hecho en menos de un cuarto de siglo el camino hacia la autodestrucción que la isla propiedad de los Castro recorrió en 50 años. Es lo que tiene el socialismo. Como al que destaca se le expropia, nadie mueve un músculo, no vaya a ser que lo dejen como vino al mundo. La excepción son los amiguetes, el círculo de confianza del régimen. Pero ni siquiera eso garantiza nada porque las purgas son habituales en las dictaduras. Y Venezuela, a pesar de las formalidades aparentes, es una dictadura de tomo y lomo. Una Corea del Norte caribeña. Como la Cuba con la que se ha reconciliado Obama. Dictaduras donde no hay garantías jurídicas ni libertad de expresión ni libertad de prensa ni pluralidad democrática.

Es cierto que hay decenas de países con prohibiciones absurdas, muchas de ellas en países paladines de las libertades. Veamos algunos ejemplos. En Europa, el país que se lleva la palma en este capítulo es Reino Unido, la democracia por excelencia por muy chulos que se pongan los gringos. Entre la multitud de sorprendentes normas resalta una que atenta directamente contra las muestras de cariño. Esta ley, creada en el condado de Cheshire en el año 1910 y que sigue aplicándose en la estación de ferrocarril de Warrington Bank Quay, prohíbe los besos en los andenes para acabar con el gasto que generan las demoras de los trenes por las largas despedidas de los viajeros. La puntualidad británica, ante todo. Otra gran democracia es cuna de prohibiciones hilarantes. En Illinois, por ejemplo, es posible arrestar a una persona por vagancia si esta no dispone al menos un dólar en los bolsillos. Da igual que lleve la cartera forrada de tarjetas de crédito. En Chicago está prohibido comer en lugar que esté ardiendo. Que está muy feo eso de utilizar las llamas para asar chorizos. Y en la pequeña ciudad de Winneka no se permite descalzarse en los teatros a quienes tengan problemas de olor en los pies. Pero en Illinois las restricciones no afectan solo a los hombres, también a los animales. Así, en Kirkland, donde se han atrevido a poner puertas al campo, se prohíbe a las abejas sobrevolar el pueblito. Y no crean que la cosa para aquí. En Alaska, donde es legal disparar a un oso, no se le puede despertar para hacerle una foto, mientras en Denver se restringe prestar el aspirador a los vecinos. Aunque la palma de todas las normas ridículas se la lleva el Estado de Lousiana, donde morder a alguien es una falta leve que se transforma en asalto grave si el bocado es con dentadura postiza. El mundo está cuajado de incongruencias, forma parte de nuestra forma de ser. En Canadá es ilegal tomarse un helado cerca de una oficina bancaria. ¿Por qué? Ni idea, oiga. Tampoco se puede aprender brujería. La estupidez no conoce límites ni regímenes políticos. Sin embargo, en todos esos países los derechos y libertades civiles están garantizados pese a todos los errores que quieran imputar al sistema los enemigos de la democracia. Igualito que en Venezuela, donde el hermano de Diosdado Cabello, número dos del régimen y líder del cartel de los soles, según la DEA, dirige el Ministerio de Industria y las Aduanas. Y otros 30 familiares se reparten cargos como caramelos. Allí, se nombra emperatriz a la mujer del presidente Maduro mientras se encarcela a disidentes por toser. En Venezuela no está prohibido besarse en los andenes, pero sí bromear sobre el gran líder Maduro. Viva la estupidez. Viva el chavismo.

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