El oso

Amable lector. Pocos meses antes de morir Hugo Chávez, por un problema de negocios estuvo un amigo en Venezuela. A la hora de almorzar lo invitaron a un buen restaurante, se sorprendió de ver tanta gente, pero mucho más del alegre bullicio que se avivaba con finos licores. En ese lugar el único preocupado era él.

Según el dicho popular, es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Desde acá, es fácil observar que ya ese pueblo es inviable, no solo por el irresponsable endeudamiento, sino porque en buena parte se destruyó el ahorro y la producción. Pero más que eso, por atizar la lucha de clases. Igual que en el restaurante, acá muchos ignoran que poco a poco estamos más cerca de que nos ocurra algo similar al régimen bolivariano del siglo XXI.

A pasos acelerados, solo quedará el nombre de la justicia. En el mejor de los casos será igual a la del vecino; es poco lo que nos falta. Se castiga con excesivo rigor a quienes hicieron uso indebido del teléfono. En cambio, a los que disponen a su amaño de la vida o bienes de sus semejantes, se les mima en exceso.

El Estado por glotón, poco prudente, incapaz de frenar las cargas excesivas que demanda la prestación plena de la salud, y el pago exuberante de pensiones a congresistas y otros funcionarios, por poco asfixia a los contribuyentes con el denominado impuesto a la riqueza y el anticipo del Cree.

El pueblo, es decir, la gente del común, la que su voz y sus quejas no llegan a las alturas de los gobernantes, no entiende las explicaciones del señor Fiscal, ni la de sus subalternos, cuando tratan de justificar los millonarios contratos en asesorías, que nadie comprende.

Según mi amigo el peluquero, si alguien debería ser prudente es el Fiscal, que no lo ha sido. Por el contrario, con relativa frecuencia da mal ejemplo a los jueces y al pueblo, con sus declaraciones desatinadas y algunas dañinas.

El que hizo condenar a María del Pilar Hurtado y José Miguel Narváez o el que pretende castigar a Bernardo Moreno, César Mauricio Velásquez y a Sandra Morelli, esta última por un contrato de arrendamiento, tal vez exagerado, no parece ser la misma persona que con ahínco defiende a la politóloga Natalia Springer o como se llame, y a otros beneficiarios de los generosos contratos que les adjudicó. Si quedare alguna duda, afirmó que lo volvería a hacer.

El hombre de la calle, es decir el pueblo, piensa que la pelea casada con los mandatarios de Venezuela es parecida a la de una águila con una tórtola o la de un peso pesado del boxeo con un gamín. Basta mencionar la actuación de la ministra Holguín, que se ha mostrado excesivamente insegura y nerviosa. Ella no es la persona que nos pueda representar en situaciones como esta, y otras más que pronto llegarán.

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