Los misterios de la economía

Quién sabe si la idea de que el dinero hiede es lo que hace pobres a los países católicos en todo el mundo.

El papa Francisco desenterró el viejo tópico de que el dinero es el estiércol del diablo. Pero quién sabe si la idea de que el dinero hiede es lo que hace pobres a los países católicos en todo el mundo. Es obvio que el invento del dinero mejoró muchas cosas en las relaciones humanas, regularizando los intercambios comerciales y recompensando el trabajo. Los marxistas lo satanizaron, pero eso se debe a las raíces del marxismo que fue una secta judaica. Y digo fue. Porque el marxismo desapareció hace años y hoy es simple arqueología.

La cosa tiene sus bemoles. La ambición desmedida aumenta la infelicidad del ambicioso a veces. Y derrama su melancolía por el entorno. Esa melancolía que rodea las minas agotadas y los bosques convertidos en desiertos y que caracteriza la figura emblemática del avaro. El avaro es el mejor ejemplo de la mezquindad humana, uno que se seca de hambre en medio de tesoros. El multimillonario de los Simpson es cómico de puro trágico. Y copia un héroe de mis primeras lecturas de la pubertad: Mac Pato, más inocente hasta cierto punto que el señor Burns.

Pero la generosidad, la liberalidad que la parla políticamente correcta hoy decoloró en la insulsa solidaridad son tan viejas como la inclinación a la rapiña. Y junto al avariento también existen los filántropos desde que el mundo es mundo. Todas las cosas humanas cargan una sombra. El sueño del cambio produjo en el siglo XX al Che Guevara y a Charles Manson, dos visionarios del Armagedón. Fidel Castro reinventó la monarquía en busca de la democracia popular y realizó una involución por amor a la revolución devolviendo a Cuba al siglo XIX.

La devoción por el pueblo, otra invención de estirpe talmúdica, se descarriló en movimientos como el peruano Sendero Luminoso y las pandillas farianas del partido comunista colombiano, que reeditaron con sevicia prehistórica el odio por los ricos y la crueldad de los tiranos clásicos. El extremo negativo de la generosidad está ilustrado en el Timón de Atenas, de Shakespeare, que acaba en la amarga misantropía. Todos los vicios y todas las virtudes tienen su correlativo, que cambia con los tiempos. Nadie admira hoy a Orígenes porque se emasculó para seguir el mandato del evangelio de arrancar el miembro que estorba. Yo prefiero la postura cristiana de Fernando González, que, amigo de Spinoza, cultivó sus instintos para no caer en la esterilidad del pingofrío, y admiraba las fincas y las muchachas bellas y la buena salud. El deseo es afirmativo y creador. Aunque convertido en pasión envenena. La muerte de amor o la muerte por la idea pervierten el gusto por los abrazos y las certezas.

El dinero levanta ciudades hasta las nubes, tiende puentes admirables, honra lo concreto, funda empresas, alimenta fantasías, fabrica cosas, hace la vida más interesante y rica. La acumulación de riquezas que Marx asimiló al pecado original permite los viajes interestelares, el amañamiento de la espiral genética, desconcierta los virus vivos con virus muertos, destruye las bacterias con sueros multicolores.

Hoy, cualquier pendejo sabe más cosas y mejor que un rey iletrado de antes y tiene más dientes y menos piojos. El lujo no es desdeñable. Las pieles de oso de la caverna no son mejores que la deliciosa seda. Los inconformes con el estado de cosas ignoran u ocultan que jamás hubo tantos millonarios como hoy, que un mayor número de personas come como debe ser y hasta como no debe ser, pues la peste de la obesidad amenaza incluso a los pobres posmodernos. Muchos pasan hambre, pero también he visto ricos condenados a la consunción por mantener la talla de la camiseta. El mundo es como es. “Y la mucha tristeza, mucho pecado pon”, dijo un poeta de los años de los curas alegres de antes de la Contrarreforma, que inventó el chisme chueco de que el dinero huele mal.

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