A merced de la inflación y la devaluación

La devaluación no era impredecible ni superior a la capacidad humana de graduarla. No digamos los diversos elementos de la inflación: exceso de medios de pago en circulación o escasez de artículos esenciales.

Tras la vergonzosa derrota del equipo futbolístico de Colombia en Montevideo, provoca mirar para otro lado y fincar las esperanzas en causas más propicias y menos aleatorias, siquiera sea mientras la alineación de los astros vuelve a sernos favorable en esta clase de competencias.

En materia económica se echan de ver fuertes indicios de que el país va apuntándose a cartas de discutible perspectiva. A merced de la devaluación y la inflación parece dejársele, en el convencimiento de que sus golpes adversos se presentan por una sola vez y en sí mismos llevan el germen de un nuevo equilibrio. No nadar contra la corriente daría trazas de ser la actitud prevaleciente.

Tanto más desconcertante cuanto implica inmovilidad, si no indiferencia ante fenómenos previstos con mucha anticipación: larga sequía por el fenómeno natural del Niño o repercusión en la moneda del colapso de los precios del petróleo. En otras palabras, devaluación e inflación, concurrentes y simultáneas. Una y otra, susceptibles de manejarse y graduarse con oportunidad, decisión y tacto.

No será la primera vez que una larga y severa sequía se presenta, aunque las anteriores no se vaticinaran con tanta anticipación y extensión geográfica. Frente a la merma radical de las cosechas de artículos de primera necesidad, siempre fue aconsejable importarlos de emergencia para garantizar el cabal y oportuno abastecimiento de los consumos, a niveles racionales y equitativos de precios.

La lección provino de los tiempos remotos de las antiguas culturas egipcias. Si mal no estamos, operaciones de esta laya se han venido haciendo incluso en la Colombia de hoy. Ni más faltaba que se hubieran puesto oídos sordos a tantos pronósticos sobre la más probable evolución del clima en regiones enteras, si no en el vasto mundo.

Tampoco la devaluación era impredecible ni superior a la capacidad humana de graduarla. No digamos los diversos elementos de la inflación: exceso de medios de pago en circulación o escasez de artículos esenciales. La tasa o el tipo de cambio es un precio más al vaivén de las fuerzas del mercado. Sujeto, por su misma naturaleza e importancia pública, a las regulaciones superiores del Estado, al cual compete, genéricamente, la emisión de moneda con poder liberatorio ilimitado. Lo mismo el fenómeno opuesto de la revaluación, a cuya amortiguación no se sustrajeron del todo las autoridades competentes.

Otra tendencia nociva ha sido la que hemos denominado apertura hacia adentro. Al parecer, no cesa de tener vigencia, aun con posterioridad a la bonanza minero-energética y, en general, a la racha de auge de las materias primas que en la vasta demanda de la República Popular de China se originara. Semejante camino lo abrió, en América Latina, el Consenso de Washington, a trueque de la concesión de empréstitos internacionales a los gobiernos respectivos. Fue entonces cuando se desmantelaron todos los mecanismos de promoción de producción vernácula, aquí fundados y organizados.

El presidente Obama, en solemne ocasión y ante el Congreso de su patria en pleno, afirmó que él llegaba a los acuerdos de libre comercio con la decisión de obtener más puestos de trabajo para sus compatriotas. En Colombia ha ocurrido lo contrario: ofrecer a los otros signatarios el beneficio de las oportunidades de trabajo. Ahora mismo hemos visto cómo se conceden estas oportunidades del mercado, así sea limitadamente a cambio de contraprestaciones vagas e imprecisas.

A nuestro entrañable vecino del Brasil se le otorgó cupo de doce mil vehículos sin aranceles. Y después queremos que las ensambladoras permanezcan en Colombia, dando empleo e invirtiendo recursos de diversa índole.

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