Otra semana de “paz”

Las contradicciones de fondo
¿Por qué no el Acuerdo Nacional?

Finalmente, luego de las vueltas y revueltas que ha dado el acuerdo sobre justicia entre el Gobierno y las Farc y de que se anunciara como el prólogo del fin del conflicto, a protocolizarse en un semestre, todo quedó en suspenso. En efecto, el tema habrá de resolverse en la subcomisión de juristas, en unos días, y allí habrá de empezarse por escoger los puntos de discrepancia y la manera de abordarlos. Lo que promete, ciertamente, una ardua discusión puesto que todo lo tocante a la reapertura se basa en la esencia de lo que se suponía pactado.

De hecho, casi desde el mismo día de anunciado el acuerdo, hace un par de semanas, dijimos aquí que como se veían las cosas, fruto del comunicado-síntesis sin publicar la totalidad de los puntos y aun a pesar de todo cuanto se hizo para la exaltación en la gira internacional posterior, lo mejor era que las partes citaran una rueda de prensa conjunta y salvaran las contradicciones al menos llegando a un “acuerdo sobre el desacuerdo”. Lo que ocurrió, por el contrario, con cada parte dando su versión del contenido y los hechos, generó un distanciamiento tal que llegaron a acusarse de incumplimiento de la palabra empeñada, del lado de las Farc, y de falsedades, del lado del Gobierno. Es decir, solo una muestra de la temperatura en la Mesa. Y más que eso, de las grandes distancias entre los negociadores.

Sea lo que sea, la lección mínima está desde luego referida a que la puesta en escena de la fotografía entre el presidente Juan Manuel Santos y el comandante de las Farc, Timoleón Jiménez, en Cuba, pudo generar un impacto político, pero ante todo debe prevalecer el contenido efectivo del proceso, con la cautela y el rigor necesarios, por cuanto el tema no es, de todos sabido, cosa de poca monta y es fácil caer en aguas cenagosas y desorientaciones insalvables. Que, en efecto, fue lo que terminó ocurriendo y haciendo honor al refranero de que no por mucho madrugar amanece más temprano. Si bien el movimiento sirvió para subir unos puntos en las encuestas, el proceso quedó casi exánime, bajo una opinión pública desconcertada y llena de interrogantes sobre lo que realmente se firmó y permanece todavía oculto. No se entendió, por lo demás, por qué no se recurrió al mismo tratamiento de los preacuerdos anteriores, en los que quedó claro, una vez publicados, que si bien existían coincidencias formalizadas se daban ciertas salvedades, señaladas expresamente en los textos, que se negociarían después. De la misma manera tampoco se comprendió por qué, de repente, empezaron a surgir múltiples voceros de parte y parte que, antes de aclarar, profundizaron la confusión y las divergencias. En el desarrollo de este episodio el país terminó con los nervios de punta, azogado por el vaivén de la polarización, la manía de los reflectores, la falta de todo sentido de la oportunidad, la carencia de sindéresis de algunos protagonistas, la grandilocuencia rutinaria hasta en la precipitación por el Nobel de Paz y los exabruptos de las declaraciones parlamentarias y en veces de los mismos funcionarios. En fin, un salpicón que sirvió para dar y convidar. Nadie por supuesto pretende cambiar el temperamento colombiano, del cual todos hacemos parte, pero no sobra generar al menos un poco de sobriedad y estar a la altura de lo que se supone una paz estable y duradera.

Entre tanto, lo que interesa, aparte de fraguar un ambiente favorable para que el pueblo pueda expresarse libremente en la refrendación prometida y que al paso en que vamos apunta a ser un ring, está dado desde luego por lo que va a salir del acuerdo en tela de juicio. Que se ha dicho, a su vez, y por ambas partes, que está en “firme”. Pero en derecho la forma lleva al fondo, muchas veces de modo indisoluble, lo que implica que pueden ser una sola cosa. De suerte que los desarrollos de forma que se acuerden serán, necesariamente, espejo de las motivaciones de fondo. De tal manera, los alcances de la “libertad restrictiva”, planteada punto a punto y en cada una de sus características por el Presidente de la República en sus entrevistas; la órbita y competencia del Tribunal Especial, que las Farc ha referido al Estatuto de Roma donde, en su artículo 27, se derogan todo tipo de fueros e inmunidades para los Jefes de Estado y de ahí para abajo; los delitos susceptibles de la amnistía general y si el secuestro terminará siendo un delito político; los mecanismos interpartes para elección por ternas o vetos de los magistrados de la jurisdicción de paz; en fin, seguramente esto y mucho más, será motivo de la forma y el fondo, porque retenido el acuerdo de los 75 puntos para su perfeccionamiento la opinión pública estará más perspicaz y atenta al momento de su publicación.

Y como si fuera poco, a todo ello se sumó en la semana el espectáculo que se viene dando con el trámite legislativo, para la supuesta aplicación de los acuerdos, con base en romperle las vértebras a la Constitución y pasarse a un régimen soportado en las facultades extraordinarias. Al proyecto le colgaron de todo, como estaba presupuestado de antemano en todo aquello que no le quedaba bien proponer al Gobierno. Con el agravante, no sólo del embate autoritario, sino particularmente porque fue desestimado, por enésima vez, por las Farc aun si fue concebido para ellos. De modo que como están a ese respecto las cosas, volverá el Parlamento a mostrarse como hacedor de leyes impotentes e inaplicables, tal cual ya sucedió con el denominado marco general para la paz y el cambio de fechas para los referendos.

Frente a un panorama tan espinoso, incluso insidioso, no sobra recordar que la paz es nacional y pertenece a todos los colombianos. Manejarla a la bulla de los cocos, casi por algunos como coto de caza, es el peor síntoma de que no se quiere, como debería ser, un acuerdo nacional que involucre a toda la dirigencia y la sociedad entera.

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