Tras la jornada electoral

Los comicios cumplieron su función a cabalidad, aunque en sus trámites hubieran subsistido irregularidades.

La jornada electoral del domingo 25 de octubre, para la renovación democrática de los poderes regionales y locales, habría pasado a la historia como una de las más tranquilas de no haberla ensombrecido, ya en el proceso de recuento de los votos, la atroz masacre a mansalva y sobre seguro de once soldados y un policía, perpetrada por la agrupación subversiva del Eln, no obstante las preliminares conversaciones de paz.

La nutrida concurrencia a las urnas parecía reflejar la voluntad popular de definir cuantas discrepancias y colisiones subsistieran o, al menos, de someterlas a cuidadosos exámenes críticos. Pero en la sombra acechaba este reducto de barbarie, dispuesto a asestar golpes desalmados a la Fuerza Pública. Con razón el Jefe del Estado ha impartido la orden de reprimirlo con todo el vigor de la ley. O se somete a sus dictados o se expone a la acción represiva de la legitimidad democrática. Proceder como rueda suelta implica graves consecuencias. No más violencia, ni más conatos de anarquía.

Los comicios cumplieron su función a cabalidad, aunque en sus trámites hubieran subsistido irregularidades que no alcanzan a inferirle mancha irreparable. En el caso específico de la capital de la República, confirmaron el profundo viraje que las encuestas, con todas sus deficiencias, presagiaban. En realidad, se puso término a una hegemonía que osó desafiar la confianza pública, en sus primeras fases con una feria de latrocinios y saqueos y luego con sistemático espíritu camorrista e incompetencia administrativa. Curiosa e injustamente, los platos rotos le correspondería pagarlos a quien, en las sombras aciagas de esos períodos, protagonizara paréntesis luminoso, infortunadamente fugaz en el ejercicio del poder metropolitano.

En franca lid, Enrique Peñalosa se impuso por el voto sobradamente mayoritario de sus conciudadanos y, de inmediato, se puso manos a la obra. Empezando por el torturante problema de la inmovilidad y los apretujamientos, se ha dado a ver cómo reestructura su criatura de TransMilenio y cómo rediseña el proyecto del metro sacándolo, al menos en grandes tramos, de los socavones bajo tierra. Ahora cuando ya se tiene listo el aporte de la Nación. Además, cómo se vuelve a trazar su recorrido, pensando en aprovechar, a cielo abierto, la avenida Caracas, sin perjuicio de que los vehículos rueden por sus calles.

Hacia la mitad de los años setenta, el exministro mexicano Antonio Ortiz Mena, por entonces presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, sugería abrir un zanjón a lo largo de esa vía troncal, que luego podría utilizarse para el tren metropolitano subterráneo. El alcalde Peñalosa propone, convincentemente, hacerlo elevado, más amable y mucho menos costoso. No hay tiempo que perder. Como tampoco para acometer los trabajos de la Avenida Longitudinal de Occidente, tercamente relegada por el alcalde Petro con argumentos gaseosos.

En varias ciudades hubo verdaderos sismos, no del todo esperados. En Medellín, en Cali, en Bucaramanga. Inesperadamente, al senador Álvaro Uribe no le fue bien en Antioquia, ni en otros lugares donde su nombre tiene fuerte arraigo. El Partido Liberal y el de Cambio Radical parecen haber corrido con buena suerte. Sin duda, el mejor librado da trazas de ser el vicepresidente Germán Vargas Lleras, sin que hubiera estado comprometido en la liza.

Una vez superado el turno de cábalas y expectativas, quedan vivos los problemas. Como el del fenómeno del Niño y el encarecimiento de la energía. ¿Cuál la razón de la escasa utilización del gas que Colombia posee en abundancia y es competitivo en calidad y precio? ¿Cuáles las fórmulas para enfrentar la inflación? No pocos interrogantes se encuentran por absolver.

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