Un plan para ponerle fin a la crisis siria

Conozco a Bashar Assad, el presidente de Siria, desde que él era un estudiante universitario en Londres, y he pasado muchas horas negociando con él desde que llegó al poder. Esto con frecuencia ha sido por solicitud del gobierno de los Estados Unidos durante las muchas ocasiones en las cuales nuestros embajadores han sido retirados de Damasco por disputas diplomáticas.

Bashar y su padre, Hafez, tenían una política de no hablar con nadie en la embajada americana durante esos periodos de alejamiento, pero hablaban conmigo. Me di cuenta de que Bashar nunca acudió a un subordinado en busca de consejo o información. Su característica más persistente era terquedad; psicológicamente era casi imposible que cambiara de parecer, y mucho menos cuando estaba bajo presión.

Antes de que empezara la revolución en marzo de 2011, Siria dio buen ejemplo de relaciones armoniosas entre sus numerosos grupos éticos y religiosos, incluyendo a árabes, kurdos, griegos, armenios, y asirios quienes eran cristianos, judíos, sunitas, alauitas y chiítas. La familia Assad había gobernado el país desde 1970 y sentía gran orgullo ante esta relativa armonía entre estos diversos grupos.

Cuando los protestantes en Siria exigieron atrasadas reformas al sistema político, Assad lo vio como un esfuerzo revolucionario ilegal para derrocar su régimen “legítimo” y erróneamente decidió eliminarlo usando fuerza innecesaria. Por muchas razones complejas, fue apoyado por sus fuerzas militares, la mayoría de los cristianos, judíos, musulmanes chiítas, alauitas y otros quienes temían una toma por parte de musulmanes sunitas radicales. La posibilidad de su derrocamiento era remota.

La posición inicial de los Estados Unidos fue que el primer paso en la resolución de la disputa era remover a Assad del poder. Quienes lo conocían vieron esto como una exigencia infructuosa, pero se ha mantenido durante más de cuatro años. Efectivamente, nuestro prerrequisito para los esfuerzos de paz ha sido una imposibilidad.

En mayo del 2015, un grupo de líderes del mundo conocido como The Elders visitó Moscú, donde sostuvimos discusiones detalladas con el embajador americano, el expresidente Mikhail S. Gorbachev, el exprimer ministro Yevgeny M. Primakov, ministro de Relaciones Exteriores Sergey V. Lavrov y representantes de laboratorios de ideas internacionales, incluyendo la rama del Carnegie Center en Moscú.

Ellos señalaron la larga alianza entre Rusia y el régimen de Assad y la gran amenaza del Estado Islámico para Rusia, donde aproximadamente el 14 por ciento de la población es musulmana sunita. Luego, le pregunté a Putin sobre su apoyo a Assad, él respondió que el progreso era poco y que creía que la única verdadera oportunidad de ponerle fin al conflicto era que los Estados Unidos y Rusia se unieran a Irán, Turquía y Arabia Saudita en la preparación de una propuesta de paz integral. Él creía que todas las facciones en Siria, con la excepción del Estado Islámico, aceptarían casi cualquier plan fuertemente apoyado por estos cinco, con Irán y Rusia apoyando a Assad y los otros tres a la oposición. Con su aprobación, le pasé esta sugerencia a Washington.

Durante los últimos tres años, el Centro Carter ha estado trabajando con sirios de todas las afiliaciones políticas, armando a líderes de los grupos de oposición y diplomáticos de Estados Unidos y Europa para encontrar un camino político hacia el fin del conflicto. La reciente decisión de Rusia de apoyar el régimen de Assad con ataques aéreos y otras fuerzas militares ha intensificado la lucha.

Irán diseñó una secuencia general de cuatro puntos hace varios meses, que consiste en un cese al fuego, la formación de un gobierno de unidad, reformas constitucionales y elecciones. Trabajando por medio del Consejo de Seguridad de la ONU y utilizando una propuesta de cinco naciones, se podría encontrar algún mecanismo para implementar estas metas.

El involucramiento de Rusia e Irán es esencial. La única concesión de Assad en cuatro años de guerra fue renunciar a armas químicas, y lo hizo solo bajo presión de Rusia e Irán. De manera similar, no le pondrá fin a la guerra aceptando concesiones impuestas por el occidente, pero es probable que lo haga si es motivado por sus aliados.

Las concesiones necesarias no son por parte de los combatientes en Siria, sino de las orgullosas naciones que dicen querer la paz pero se niegan a cooperar unas con otras.

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