¡Tanto no!

Yo entiendo, como muchos colombianos, que por la paz hay que hacer sacrificios, pero me temo que están llegando a unos extremos que se pueden volver bumerangs.

Hace unos días elevé ,mas como orate que como columnista leído, mi protesta porque la Constitución quedó tan fácilmente cambiable como cualquier calzoncillo. Le dejaron la opción de cambio en tres veloces debates, le suprimieron las dos vueltas y quedamos a lo venezolano.

Ahora resulta que van a usar la fórmula del plebiscito para aprobar, como en 1957,con un simple sí o no, todo lo que hayan hecho o tengan que hacer para conseguir que cese la guerra de 50 años con la minoría armada que las tropas constitucionales no pudieron derrotar.

Hasta ahí todo bien, aunque los poderes dictatoriales con los que el presidente quedará pueden incomodar a un país santanderista como ha sido el nuestro. Pero resulta que para impedir que los ciudadanos utilicen el arma de no votar cuando les pregunten si aceptan o no la paz negociada de esa manera santista, se quieren cubrir bajándole el umbral a la consulta plebiscitaria hasta un extremo (13%) que antes que malestar causa risa.

Bueno es culantro, pero no tanto, decían mis abuelas del siglo pasado. Ninguna de ellas vive, pero las alabadas instituciones democráticas, que han permitido mal que bien la estabilidad de la república, no pueden ser rifadas para encontrar la paz, salvo que lo que el presidente Santos y su hermano Enrique quieran es refundar el país, como también lo pretendieron los paracos en su momento.

Irrespetar lo existente ha sido siempre la norma de los grandes transformadores. Lo que pasa es hay menos trauma si se usa la vaselina.

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