La victoria del 18

Los lectores se dividieron con mi última columna: por un lado, algunos encontraron que el proceso de paz era en sí mismo un motivo de ilusión y uno sostuvo que el escrito ocultaba lo que en su opinión eran puntos ganados por el Gobierno en la negociación. Daré mi respuesta a esas posiciones en una columna posterior. Por el otro, la mayoría se manifestó también pesimista y muchos expresaron su desesperanza ante lo que se percibe como hechos inatajables: la firma de un pésimo acuerdo con las Farc y la aprobación del engendro del plebiscito vinculante. Algunos, sin embargo, sostuvieron que veían probable que el No ganara en el plebiscito y criticaron lo que percibieron como una posición resignada y claudicante.

Mi pesimismo no es, quiero decirlo con toda claridad, ni una cosa ni la otra. Si bien es verdad que no encuentro motivos para el optimismo, y que la economía da aún más razones de preocupación, estoy plenamente convencido de que al final es posible el triunfo. Tengo mis dudas de que sea posible ganar en el engendro. Se luchará contra factores muy poderosos: uno, que el Gobierno lo planteará de nuevo como una dicotomía entre amigos y enemigos de la paz y será dificilísimo mostrar que el No en el plebiscito no es negar la paz; dos, que los medios de comunicación nacionales, con la excepción de RCN TV, están jugados al oficialismo militante y acrítico. Sin medios la pelea será como ascender el Everest; tres, el Gobierno, de manera antidemocrática y ventajosa, negó cualquier financiación a las campañas del plebiscito pero, en cambio, tiene todo el dinero oficial para hacer propaganda y ya la está haciendo y, para rematar, obliga a los medios a pasar cinco minutos de “pedagogía por la paz” en horario prime. Agregue usted la mermelada, el recordatorio de que Santos es “el dueño de la chequera” y las presiones presupuestales a los nuevos alcaldes y gobernadores y tendrá un panorama claro en el que el No hará campaña con las uñas y el Sí tendrá todos los apoyos económicos y políticos, la propaganda oficial y los grandes medios.

Pero la batalla no está perdida. Primero, el contenido de lo acordado es abiertamente impopular y hay muchos ciudadanos verdaderamente indignados. Y no solamente porque las sanciones a los crímenes internacionales son una vergonzosa mamadera de gallo y los bandidos de las Farc harán política sin ninguna restricción, sino porque el proceso ha sido un ejercicio sistemático de ataque a las instituciones republicanas y de impresentable manoseo constitucional. Después, porque con creatividad es posible hacer una campaña efectiva a partir de los medios alternativos, las redes sociales y el voz a voz. Tercero, porque hay una luz de esperanza en que la Corte Constitucional enderece el engendro y haga cumplir las reglas constitucionales para los mecanismos de participación democrática.

En cualquier caso, estoy convencido de que el engendro del plebiscito es apenas una batalla. La victoria se decidirá en las elecciones del 2018 y hacia ellas hay que trabajar desde ya. Para ese entonces, aun con Nobel, Santos dejará de existir políticamente y no habrá santismo. De hecho, no existe hoy. El apoyo al gobierno es una mezcla de mermelada, miedo por las amenazas y la persecución a los opositores, y amigos de la paz a cualquier costo. Para entonces al menos dos de los factores ya no tendrán fuerza suficiente. La “unidad nacional”, ya quebrada por dentro, estallará en mil pedazos. Y ahí la lucha política estará abierta. Por un lado, el liberalismo con la izquierda radical. Por el otro, la posibilidad de construir una alianza como la Concertación chilena pero del centro a la derecha. En esa alianza está el futuro. Debe ser con Uribe, pero más allá del uribismo. Con Vargas Lleras, con Marta Lucía Ramírez, con los nuevos liderazgos que se construyan en estos años. Pero no sobre la base de personalismos, sino en torno a la defensa de la democracia republicana y el capitalismo social como los únicos sistemas donde la verdadera paz y el progreso de todos es posible. ¡Ese es el reto!.

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