A la deriva

Contrario a lo que dice Santos, el problema no es de comunicación. Al contrario. El grueso de los medios nacionales, con la excepción de RCN, son abierta y decididamente gobiernistas, por convicción o por mermelada. No, la cuestión es la realidad, una que no da razón para el optimismo.

Y no me refiero al fenómeno de El Niño, ni a la venta de Isagén en “subasta” de un único postor, ni al incendio en la hidroeléctrica de Guatapé que, por su importancia en el sistema nacional, podría traer un racionamiento si para abril no ha llovido; ni al zika y la incapacidad del sistema de salud aun cuando hay antecedentes, de apenas ayer, como el chikungunya; ni a las muertes de infantes por desnutrición en el Chocó y La Guajira; ni a los sobrecostos en la Refinería de Cartagena; ni al dólar en las nubes; ni a la inflación desbordada que ronda el 7 % y ya se comió todo el aumento salarial; ni al déficit fiscal o el campanazo de alerta que trae la revisión a “negativa” de la perspectiva de Standard & Poors de la calificación crediticia de Colombia; ni a la caída del 24 % en el 2015 de la inversión extranjera directa; ni al déficit de cuenta corriente más alto del Continente y que ronda los 19 mil millones de dólares; ni al desplome brutal de las exportaciones; ni al crecimiento vertiginoso de los narcocultivos bajo la mirada cómplice del Gobierno; ni a que aunque bajan los homicidios, las demás actividades criminales están disparadas; ni a que no hay Defensor del Pueblo, por un escándalo sexual, ni a que por otro debió renunciar el director de la Policía, ni a que la Policía toda parece estar en crisis; ni a que cuando el 29 de marzo el Fiscal se vaya no podrá elegirse otro porque en la Corte Suprema de Justicia no superan las pugnas internas para designar los magistrados que son indispensables; ni a la caída brutal de la confianza ciudadana en las instituciones que muestran las encuestas.

Me refiero a que en medio de todo eso Santos está desaparecido, no ejerce liderazgo ni guía, ni propone soluciones, ni piensa en nada distinto al proceso de La Habana y ahí, para rematar, tampoco lo hace bien porque, para tragedia de todos, está tan cansado y las Farc lo tienen tan medido, que ni es creíble ni tiene capacidad ninguna para presionar.

Y por eso cuando “advierte” que “ya se agotó el tiempo para terminar las negociaciones y la fecha del 23 de marzo está a menos de cinco semanas [y] hay que tomar ya las decisiones que faltan” los de las Farc se mueren de risa y los demás nos preocupamos.

A estas alturas Santos no tiene nada para mostrar sino La Habana y por eso es incapaz de pararse de la mesa. Toda su apuesta está ahí y semejante error lo hace débil y vulnerable. Como consecuencia, negocia mal y pierde casi siempre. Su actitud claudicante no es por simpatías con las Farc, creo yo, aunque ahora juegue a traicionar al establecimiento que lo parió.

En fin, por eso el plazo no será cumplido. No hay manera alguna de que se firme en marzo el acuerdo definitivo sin que el Gobierno ceda, de nuevo, a las pretensiones de las Farc. Hay un abismo entre las 7 zonas de concentración que ofrece Santos y las 75 que piden las Farc. Y entre el engendro de plebiscito que pretende el Presidente y la constituyente corporativista que quiere la guerrilla. Más lo que falta…

Y mientras tanto, las Farc hacen proselitismo en Conejo, municipio de Fonseca, Guajira, armados hasta los dientes, con un alcalde sorprendido e impotente al que el Gobierno ni siquiera le avisa de la llegada de la guerrilla, y con unas fuerzas militares que, por orden presidencial, miraban para otro lado. Ah, y con viaje pagado, en avión y helicóptero privados, por el presupuesto nacional. Los tiempos de austeridad, ya lo sabemos, son para todos menos para la Casa de Nariño, que gasta sin reparo en almendras y cortinas y aviones para pasear en Washington. No lo son tampoco para las Farc, claro, ni para los que se lucran del proceso en Cuba. A los demás nos caerá, más pronto que tarde, la losa de una reforma tributaria brutal..

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