El Conejo y la tortuga

Las Farc aprovechan con agilidad cualquier espacio que les otorga un gobierno que, al contrario, ha sido incapaz de explicarle al país el alcance de los acuerdos y concesiones en la mesa de Cuba.

El desafío de los jefes de las Farc, al convertir unas supuestas jornadas de “pedagogía de la paz” en manifestaciones de proselitismo con alarde de fuerza y armas, pone al país de cara a unas realidades que el corto plazo se encargará de recordar, y que el afán gubernamental de presentar la paz como una realidad inmediata se han encargado de tapar.

En primer lugar, la evidencia de que esa agrupación guerrillera enfoca toda su actividad -la militar, la proselitista, la pública, la clandestina, la táctica y la estratégica- a la utilización de todos los resquicios dejados abiertos por el Estado, en particular por el Gobierno, tan amplios, para llevar a cabo sus cometidos. En tomar ventaja de cualquier oportunidad han demostrado una destreza que pocas veces ha tenido el Estado.

Si el Gobierno Nacional permitió adelantar lo que se le presentó como “jornadas pedagógicas”, las Farc no dudaron, ni lo harán ni un momento, en hacer cualquier otra cosa que el espacio y los territorios que les ponen a disposición les den la posibilidad de hacer.

En segundo lugar, queda ante los ojos de los colombianos la falta de control que el Gobierno tiene del proceso. Ahora se apresuró a lavarse las manos y a manifestar enojo, cuando no tuvo ninguna explicación convincente frente a su laxitud y falta de reflejos.

Porque no puede ser ingenuidad. El Gobierno y sus negociadores de paz saben con quiénes miden fuerzas en la mesa. Y de allí que al otorgarles medios y facilidades para que hagan proselitismo en zonas del país, no parece que confíen tanto en la buena fe de los guerrilleros como en la apatía de la sociedad colombiana. La cual, como quedó a la vista, esta vez sí reaccionó y pidió cuentas.

En tercer lugar, parece claro que el paseo triunfal de los jefes guerrilleros enervó a muchos colombianos, pero más lo hizo la presencia armada de cientos de guerrilleros, con fusiles de largo alcance, radios de comunicación, ufanos además de la orden oficial de despeje y retiro de la fuerza pública.

De firmarse el acuerdo de paz con las Farc, la finalidad declarada por estas y por el Gobierno es que habrá actividad política de los subversivos, no solo sin limitaciones legales sino también con condiciones favorables excepcionales, que les permitirán ser elegidos en circunscripciones especiales. Ni siquiera el ser procesados y eventualmente condenados por el tribunal especial de paz que se creará para ellos, les impedirá ser elegidos para cargos públicos.

Y otro elemento para destacar, imprescindible, es el papel que una prensa libre e independiente tiene para el funcionamiento de un sistema democrático. De no ser por los medios de comunicación, las medias verdades oficiales se impondrían. Se conocería no la realidad sino los eslóganes engañosos. La prensa pudo documentar que el Gobierno sabía qué actividad se iba a desarrollar en el corregimiento de El Conejo, en La Guajira.

Los discursos de las partes sentadas en la mesa no van a hacer, por lo menos en esta ocasión, que la gente siga girando cheques en blanco de confianza en un proceso de paz que no termina. La credibilidad de ambas partes queda en entredicho. Las declaraciones gubernamentales no construyen por sí solas una fortaleza que no se ha tenido ni es previsible que se vaya a tener. Y los reproches de las Farc por sentirse incomprendidas y atacadas no ocultan a nadie su engañosa actitud.

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