Entre cambios y adversidades

Quién iba a suponer que en proyectos como el de la refinería de Cartagena fuera a penetrar la corrupción.

El personaje de la semana, del mes o incluso del año va siendo el fenómeno de El Niño, en el cual se resume y define el cambio climático que los colombianos venimos experimentando, en la merma casi dramática de ríos y quebradas, en la sequía de muchos centros urbanos y en el aumento desmedido de las temperaturas.

Para no ir lejos, lo estamos percibiendo y aun sufriendo en la de suyo gélida capital de la República, donde las costumbres del vestuario han debido modificarse, sustituyendo las ropas abrigadas por prendas ligeras y propicias para aguantar de día la exposición a los rayos solares y en las noches, las humaredas de incendios eventuales de los bosques. Tanto como para caminar a toda hora y hacer deporte al aire libre.

La reunión mundial de París sobre este tema de proyección mundial parecía demasiado teórica y ajena a nuestras propias vivencias.

No obstante, en la actualidad se viene conociendo y sintiendo como episodio cotidiano de la propia existencia. Nunca, en la historia, Bogotá dejó de ser tierra fría para competir en calidez con ciudades de menor altitud y mucho más oxígeno en su atmósfera, con la bendición adicional de ríos circundantes.

No se diga del bajo nivel de aquellos que sirvieran para la pesca abundante, la navegación y el transporte de mercancías y personas, como el emblemático Magdalena.

Ahora estamos comprobando su importancia colateral en áreas como la provisión de energía, mediante la represa de sus aguas y su encauzamiento para este fin específico. No en vano nos preciamos de las centrales hidroeléctricas, construidas a pulso y, como en el caso de Isagén, vendidas a terceros. Ni se arman enredos y controversias sobre sus derivaciones tecnológicas. Como la que ha protagonizado, en la actualidad, la refinería de Cartagena (Reficar) con el sobrecosto de más de 4.000 millones de dólares en su construcción, encomendada a la empresa estadounidense Chicago Bridge and Iron.

El destape de semejante exceso lo hizo el contralor Edgardo Maya Villazón, en momentos en que aquella empresa extranjera daba trazas de irse del país, omitiendo explicar las razones de semejantes cifras, por lo menos en parte presumiblemente ilícitas. De comprobarse tal ilicitud, así fuera parcial, se estaría frente a uno de los desfalcos más cuantiosos de la historia colombiana.

Curiosamente, en el funcionamiento de la refinería de Cartagena se habían fincado grandes esperanzas de compensar y absorber, al menos parcialmente, el cuantiosísimo déficit de la balanza comercial de alrededor de quince mil millones de dólares. El mismo convencimiento de nadar en una abundancia sin límites y la carencia objetiva de falta de ojos vigilantes llevaron a unos y otros al despeñadero del latrocinio pertinaz.

Quién iba a suponer que en proyectos tan a la vista, como el de la refinería de Cartagena, fuera a penetrar el virus de la corrupción y la estafa, siendo los constructores de nacionalidad estadounidense. Tan fácil como era pedir la reposición de gastos consumados, se dejaba abierta la puerta a las solicitudes delictuosas.

Muy distinto fue el manejo escrupuloso y eficaz del Plan Colombia, durante los quince años de su fecunda existencia, acaso por la supervisión internacional y el mismo origen y destinación de sus recursos. Nadie ha osado culparlo, verbigracia, del incremento en Colombia de los cultivos prohibidos. Es tema para debatir en otros escenarios, sin perjuicio de condenar cuanto al fomento del narcotráfico contribuya. Sus quince años de éxitos, en la órbita de su acción, despiertan y justifican los aplausos que internacionalmente se le prodigan.

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