Iván Duque Márquez: una alternativa

Las nuevas generaciones exigen que la dicotomía paz-guerra se supere y que las instituciones puedan repensarse.

La política en el mundo está dando sorpresas. Una de ellas es que en diferentes latitudes nuevas generaciones desplazan a los políticos tradicionales. Justin Trudeau en Canadá, Manuel Valls en Francia, Rafael Correa en Ecuador, Enrique Peña Nieto en México, Alexis Tsipras en Grecia; ni hablar de Albert Rivera y Pablo Iglesias en España, que tienen contra la pared al poco dinámico y tradicional Mariano Rajoy.

En el campo económico se destacan jóvenes brillantes como Thomas Piketty, quien la semana pasada visitó la Universidad Externado en Bogotá, generando una sesuda reflexión sobre la desigualdad, sugiriendo mecanismos para contrarrestar el aumento de la misma. Sus posturas fueron un eco de su libro ‘El capitalismo del siglo XXI’, texto fundamental en los tiempos que corren.

De igual modo, académicos y emprendedores jóvenes están revolucionando las estructuras del conocimiento; es así como en el campo tecnológico se destacan Marc Zuckerberg, creador de Facebook; David Karp, creador de Tumblr, una plataforma de microblogging; Shawn Fanning, creador de Napster, y otros más. Estos ejemplos nos deben poner a reflexionar sobre nuestro futuro y la manera de hacer frente a las dificultades que surgirán. El medioambiente, las tecnologías de información y comunicación, la soberanía alimentaria y la innovación son problemas que exigirán nuevas maneras de pensar y visiones científicas. Desafortunadamente, como lo sugiere Andrés Openheimer en su libro ‘Basta de historias’, nuestra región no ha hecho la tarea y la educación sigue siendo la cenicienta del país.

Pensando en estos temas, al final del año pasado se publicó en nuestro país un libro esencial para entender el rol en los tiempos que se avecinan: 'El efecto naranja' (Planeta, 2015), del senador Iván Duque Márquez, que plantea el modo como debe pensarse la política, tomando en cuenta elementos en los cuales la modernidad no quede relegada a los discursos decimonónicos que han marcado en nuestros tiempos el país. Duque entiende lo global y lo local con claridad, permitiendo que el ámbito comparado participe de las soluciones, poniendo el acento en la creación y la innovación.

Las posturas de Duque son novedosas y deben ser leídas con detenimiento sobre todo ante la ausencia en nuestra historia reciente de políticas públicas comunes que permitan a los gobiernos hablar con una sola voz, al unísono y sin caer en la cacofonía.

Lo interesante del caso de Duque es que no solamente es un polemista certero y una persona que piensa problemas de futuro, sino que por otro lado es un político. Y ese es el aspecto más relevante; Colombia necesita nuevos debates para liderar las discusiones públicas. No puede ser que personas que deberían estar retiradas del ámbito público pretendan guiar a los ciudadanos hacia nuevos horizontes. Nuestras sociedades requieren ideas de vanguardia. Por lo que se ve, Duque sería una de esas nuevas caras, que seguramente, si mantiene su ritmo y disciplina, se destacará de forma trascendente en la vida pública colombiana.

Recordemos que la justicia brilló en Colombia en los años 30 del siglo pasado con la sala civil de la Corte Suprema de Justicia con jóvenes magistrados que estuvieron en sintonía con las grandes reformas sociales derivadas del acto legislativo n.° 1 de 1936 que definió, entre muchas cosas, el principio según el cual la propiedad tiene una función social que implica obligaciones. En la política, personajes de la talla de Alberto Lleras fueron capitales para enfrentar un cambio de época en el país.

Nuestro porvenir no puede estar marcado por personas que hayan sido juez y parte de un destino lleno de violencia, problemas y mezquindades. Las nuevas generaciones exigen que la dicotomía paz-guerra se supere y que las instituciones puedan repensarse. Por esa razón, el surgimiento de personajes como Iván Duque debe ser celebrado en el desierto de talentos de la política colombiana.

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