Adiós al legalismo

“Colombia se convirtió en una especie de autómata normativo”

Desde hace mucho hemos venido sosteniendo que el paradigma legalista ha condenado al país a la desgracia en materia de soberanía, principalmente en lo relacionado con espacios oceánicos.

Bajo el mito de que la política internacional colombiana estaba regida por el absoluto respeto al derecho internacional, los tomadores de decisiones perdieron de vista la noción del interés nacional y permitieron todo tipo de vejámenes contra la integridad territorial.

Guiados por semejante condicionamiento se negaron a privilegiar de modo absoluto el tratado Esguerra – Bárcenas, a renunciar oportunamente al Pacto de Bogotá y a desmitificar el papel de la Corte Internacional de Justicia en el sistema internacional.

En ese sentido, cualquier síntoma de desacato de un fallo, o cualquier indicio de incomparecencia ante la Corte era tomado como una muestra de grave alteración de la tradición jurídica y resultaba no solo aberrante sino sospechosa de populismo diplomático.

Se alegaba que los fallos eran sagrados aunque la evidencia jurídica mostrase su absoluta incongruencia, o los salvamentos fuesen contundentes, o los jueces no se comportasen siempre del modo que se espera de ellos.

En pocas palabras, el paradigma legalista comprimió de tal forma la imaginación diplomática del país que Colombia se convirtió en una especie de autómata normativo absorbiendo toda suerte de desmanes y estropicios sin ninguna planeación ni actuación estratégica (más allá de una serie de fiascos que lo replegaron de modo aún más agudo).

Siempre con el pretexto de que al llegar al poder ya todo estaba facturado, el gobierno Santos cumplió durante todo un lustro el lamentable papel de observador pasivo y se ha negado a enfrentar al sandinismo y al chavismo como las verdaderas amenazas al interés nacional.

Solo hasta ahora, cuando la debacle jurídica es completamente irreversible, cobra el brío necesario y, aupado por los ex presidentes, consistentes unos, advenedizos otros, muestra mano firme ante la Corte.

Retórica patriótica que, en todo caso, solo será útil si en sus escarceos negociadores con Daniel Ortega y su séquito marxista no vuelve a caer en la complacencia, la farsa y el engaño en que ha caído, con lujo de detalles, en La Habana.

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