A latigazos

Cada semana quisiéramos abordar en esta columna asuntos más agradables que los que suministra para discutir el actual Gobierno. Pero es tal el cúmulo de desatinos santistas –comprobados en la rajada de la encuesta que antier divulgó su amigo Sánchez Cristo en la emisora W Radio– que nos obligan a reincidir en el monotema. Santos es un filón de provocaciones, de equívocos, de sorpresas que no abren pausa para poder comentar tesis más amables que las que genera Santos en su propio mundo paradójico y desafiante.

¿Qué persigue Santos al dejar en manos de Maduro el proceso de paz con el Eln? Máxime que en el escenario internacional, deliberante y civilizado, ese mandatario está desacreditado, no solo por la caótica situación social y económica de Venezuela, sino por sus reiterados irrespetos a las libertades públicas e individuales, a la abolición de los derechos humanos, a la burla de las disposiciones y mandatos de la Asamblea Nacional –cuando ordena la excarcelación de los presos políticos–, a poner oídos sordos al clamor de un buen número de calificados expresidentes hispanoamericanos que piden la vigencia de una democracia auténtica.

¿A qué le teme el presidente Santos cuando se muestra tan sumiso con un mandatario que cierra las fronteras con Colombia, insulta a sus expresidentes, maltrata a humildes colombianos que luchan para sobrevivir en ese país e invade abusivamente nuestro territorio para cazar colombianos como conejos? ¿Por qué lo oxigena con tamaña responsabilidad al hacerlo protagonista principal en lo que podría constituirse en otra obra de teatro? ¿Acaso por un pragmatismo sórdido, que tienen los que carecen de principios, para violar el decoro de los colombianos y atentar contra la dignidad nacional?

Hay países serios, respetables y amigos en esta América en los cuales se puede escribir el prólogo del proceso de paz con el Eln. Si quería que solo naciones con gobiernos izquierdistas cooperaran en la búsqueda de la paz con el Ejército de Liberación Nacional, los habría topado en el continente, aún en este estrecho vecindario. Pero tomar al gobierno venezolano, populista y camorrista, refugio de la mayor parte de quienes atentan contra la estabilidad colombiana, como referente para iniciar esos diálogos, más que una temeridad y un error, es un latigazo contra su institucionalidad.

¡Qué deplorable la actitud del presidente! ¡Qué desvergüenza entregarle el destino de la paz de Colombia a un gobierno que ha sido inamistoso y agresivo contra el país! Las naciones civilizadas, verdaderamente democráticas del mundo, nos deben mirar con perplejidad y hasta con conmiseración. Nos ven cómo hacemos de bien el papel de subordinados ante tan pendenciero como incómodo vecino, que cuando nos da latigazos, más se agacha la cerviz.

Si el interés del presidente Santos es buscar contactos con el Eln, ¿por qué no escogió para esos sondeos a garantes, sedes y Estados respetables, confiables, democráticos y civilizados, condiciones que ni por el forro reúne el autócrata venezolano? ¿O sería que esa sede fue impuesta por la insurgencia que allá se siente en casa?.

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