La ira de Trump con México

Lo primero que dijo el aspirante republicano Donald Trump en su discurso de victoria tras ganar las primarias del 19 de abril en Nueva York fue que, como presidente, no permitiría que Mexico siga “succionando” los empleos de Estados Unidos. Obviamente, pegarle a México le sigue dando buenos resultados electorales.

La gran pregunta es si sus diatribas contra México son parte de una campaña populista bien calculada para apelar a los sentimientos xenófobos de muchos votantes, o si tiene un rencor personal contra México debido a su fallido proyecto de apartamentos de lujo cerca de Tijuana en 2008. Es probable que sean ambas cosas, pero sin duda la segunda lo ha influenciado mucho.

Tump ha colocado a México en el centro de su discurso de campaña desde el primer día. El 16 de junio de 2015, cuando lanzó su campaña presidencial, la noticia con la que llamó la atención mundial fue su afirmación de que la mayoría de los mexicanos son “violadores” y que “traen drogas y crimen”. Desde entonces, Trump no ha dejado de culpar a México por casi todos los males de Estados Unidos.

“Nuestros trabajos son succionados” hacia afuera de Estados Unidos, dijo Trump en su discurso tras la primaria de Nueva York. Agregó que como presidente no dejará “que nuestras empresas vayan a México y todos estos países”.

Trump dice que va a imponer un impuesto aduanero del 35 por ciento a las importaciones de México, erigir un muro en la frontera con México, deportar a 11 millones de inmigrantes indocumentados en este país, y tal vez cortar las remesas familiares de los mexicanos a su país de origen.

Gracias a Twitter, que Trump ha utilizado de manera compulsiva en los últimos años, podemos suponer que al menos parte de la ira de Trump hacia México se debe a su fiasco con el proyecto de hotel y apartamentos de lujo Trump Ocean Resort Baja Mexico.

El proyecto de tres torres, de la Organización Trump y la compañía inmobiliaria Irongate, fue anunciado en 2006. Dos años después, el proyecto tuvo problemas financieros, y Trump retiró su nombre del mismo. Para el año 2009, el proyecto fue suspendido, y los compradores fueron a las cortes.

Trump dijo que solo había licenciado su nombre al proyecto, y que no había participado en la construcción. En noviembre de 2013, después de más de cuatro años de litigio, Trump llegó a un acuerdo extrajudicial con unos 100 compradores de apartamentos, según reportó Los Angeles Times en ese momento.

En un Twitter del 24 de febrero de 2015, Trump escribió: “Tengo una demanda en el corrupto sistema judicial de México que gané, pero que hasta el momento no pude cobrar. ¡No hagan negocios con México nunca!”

¿Puede un candidato que tuiteó esa frase “pocos meses antes de lanzar su candidatura presidencial tener una mente abierta sobre las relaciones de Estados Unidos con México?

Casi todos los argumentos de Trump contra México se basan en medias verdades, o mentiras. Trump dice que Estados Unidos es invadido por una avalancha de mexicanos indocumentados. Sin embargo, el flujo de mexicanos indocumentados a Estados Unidos ha disminuido sustancialmente desde 2008.

Tambien asusta al público afirmando que México está “robando” empleos de Estados Unidos, y que “estamos perdiendo $ 58,000 millones al año” en el comercio con México. Sin embargo, oculta que alrededor del 40 por ciento del contenido de las importaciones de Estados Unidos desde México es de origen estadounidense.

Mi opinión: Lo preocupante de los ataques de Trump contra México –y de su política exterior en general– es que no están basados en un análisis desapasionado de lo que es bueno para Estados Unidos, sino moldeados por sus propias experiencias comerciales y prejuicios.

Trump no es un hombre que se rodea de expertos en política exterior. Al contrario, los mira con desdén. Como dijo a MSNBC el 16 de marzo, cuando le preguntaron a quién consulta sobre política exterior: “Hablo conmigo mismo, en primer lugar, porque tengo una muy buena cabeza”. Luego agregó que “mi principal asesor soy yo mismo”.

Si Trump fuera un hombre acostumbrado a escuchar, eso podría cambiar. Pero me temo que un billonario narcisista de 67 años que llama públicamente a todos quienes no están de acuerdo con él “tontos” y “perdedores” no va a empezar a escuchar a otros de la noche a la mañana. Mucho menos si se envalentona con un triunfo electoral.

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