Ministros y opositores

El “lentejismo” político no ha desaparecido, ni lo hará por lo pronto. Los partidos son meros instrumentos al servicio de sus dirigentes, y por eso unos y otros carecen de credibilidad.

El ingreso al gabinete ministerial de Clara López Obregón, presidenta del Polo Democrático Alternativo, partido opositor, de izquierda; y de Jorge Eduardo Londoño, fundador y dirigente destacado del Partido Verde, generó en sus respectivas colectividades división de pareceres y una inconformidad manifiesta por parte de otros directivos que consideran incoherente ser representantes de partidos de oposición en un gobierno que han llegado a tachar de “corrupto” (senadora Claudia López, Partido Verde) o de ser dirigido por “el peor presidente de la historia” (senador Jorge Robledo, del Polo).

El hecho político que genera tal división tiene dos vertientes: la primera, la estrategia de consolidación de la gobernabilidad por parte del presidente. La segunda, la endeble estructura de los partidos políticos, la debilidad de sus liderazgos y sus maleables convicciones ideológicas.

En cuanto a la búsqueda de gobernabilidad, no es un ejercicio que se presente solo en Colombia ese de incorporar al gobierno fuerzas divergentes o abiertamente opositoras. Es más común en los sistemas parlamentarios, pero en el presidencialista colombiano también ha sido común. El gobernante considera un triunfo político lograr que quienes hasta el día anterior han sido críticos de su gestión, acepten ingresar a hacer parte de ella como miembros del gabinete. De esta forma neutraliza a adversarios y opositores políticos, por un lado; y por el otro deja en evidencia las enormes contradicciones de aquellos que en cuestión de horas pasan de defender una postura ideológica para hacerlo con la contraria. Y si de paso logra dividir a los partidos de oposición, como ahora lo ha hecho el presidente Santos, maximiza el resultado de la estrategia.

El segundo aspecto del que debe ocuparse el análisis de estos cambios de gabinete es el de la crisis, ya larga, de los partidos políticos. En Colombia, en particular, de forma más aguda desde hace 20 años. Los últimos presidentes no solo han cambiado de partido para poder llegar al poder, sino que las coaliciones que logran armar son más de personas que de partidos.

Paralelo a ello, se presenta el fenómeno de la instrumentalización de los partidos por parte de sus dirigentes. En cuanto la estructura y organización interna sirvan a sus fines, los dirigentes permanecerán en ese partido. En cuanto la organización ya no se acomode a sus propósitos, bien saltan a otro movimiento o bien fundan uno más.

Clara López negó expresamente hace menos de dos años que fuera a hacer parte del gabinete de Juan Manuel Santos. Y había dicho que a este presidente “no se le puede creer”. Hoy esgrime la paz como poderoso argumento para justificar su ingreso al gobierno. Paz que la llevó, es verdad, a apoyar la reelección del actual presidente en 2014.

En Colombia hasta hace pocos años se denominaba “lentejos” a los políticos que practicaban las modalidades más arriesgadas de malabarismo político, y “lentejismo” a la doctrina que justifica ese lema que se resume en aquello de “la política es dinámica”.

No es, repetimos, la primera vez que se hace ni será la última. Incluso puede ser uno de los rasgos definitorios del sistema político colombiano. Pero que sea ya habitual no quiere decir que sea lo mejor para la fortaleza institucional ni para la consolidación de la democracia, que en todo caso requiere partidos fuertes, provistos de valores de coherencia y credibilidad.

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