Muchas voces por escuchar

Quienes quisieron ridiculizar o estigmatizar las marchas del pasado sábado deben revaluar sus palabras ante el éxito de la convocatoria. Y el Gobierno debe atender los mensajes enviados.

Los organizadores de las marchas del pasado sábado, 2 de abril, pueden estar muy satisfechos por la convocatoria, la atención y el seguimiento que lograron de tan nutrido número de ciudadanos que decidieron, de forma libre y consciente, salir a manifestar su descontento ante lo que consideran errores del Gobierno Nacional y, en concreto, del presidente Juan Manuel Santos.

Los días previos a las marchas organizadas por sectores diversos de la sociedad no fueron fáciles. No solo por el “paro armado” y la violencia ejercida por la bacrim de los llamados “Urabeños”, que logró, ante la impotencia de las autoridades y del Gobierno, amedrentar y paralizar la actividad de decenas de municipios y asesinar a personas, entre ellas a miembros de la fuerza pública, sino también por los señalamientos que llegaron a tal nivel de sectarismo e intolerancia democrática, que no dudaron en tachar las marchas como si fueran “contra la paz”, o incluso como “concentraciones paracas”.

Las manifestaciones transcurrieron en orden, sin violencia física, sin daños al mobiliario urbano. Si hubo algunos brotes de exaltación de ánimos -guerra de cifras de concurrentes incluida- fue por el propósito de hacer escuchar las voces que disienten, pero eso es completamente normal, y admisible, en democracia. Y de eso se trataba: de hacer llegar un mensaje a los actuales gobernantes.

Las consignas de las marchas fueron múltiples. Algunos estrategas en materia de movilización política y social desaconsejan que se convoquen manifestaciones con tal pluralidad de consignas. Pero aquí se podían agrupar en un llamado central: ese sector, grande, de la población que marchó se considera mal gobernado (política, social y económicamente), y dice que su futuro lo consideran amenazado por las cesiones y concesiones que el Gobierno le ha dado a la guerrilla.

Desde el punto de vista político el Gobierno debe tomar nota. No debe despreciar a los opositores ni ridiculizarlos. No sería tampoco inteligente de su parte aferrarse solo al apoyo de sus aliados en el Congreso, que si bien le garantizan comodidad -con precio- en sus iniciativas legislativas, llegará un punto en que, al comenzar la etapa de conteo regresivo para terminar el cuatrienio, irán abriéndose hacia otros escampaderos que garanticen mejores perspectivas electorales.

No son habituales las marchas tan concurridas con clamores directos al Gobierno. Las del sábado enviaron el mensaje claro de inconformidad, y de demanda por mayor firmeza del Gobierno y del presidente de la República para que haga prevalecer la legitimidad de las instituciones.

Sin embargo, el análisis de los efectos políticos de las marchas no puede quedarse ahí. En el antes y en el después tienen protagonismo las redes sociales, y las opiniones que en ellas se vierten. No son tampoco representación mayoritaria de un sentir nacional, pero sí dejan ver la radicalidad de ciertas corrientes de opinión, como aquellas que quieren impulsar una especie de juicio contra los medios de comunicación por no plegarse estos a sus consignas y exigencias. Una contradicción, pues si se reivindica el derecho a manifestarse y expresar opiniones diversas, no puede por otro lado exigirse una visión parcial de la realidad.

A la par que convertir, o fortalecer si es del caso, estas movilizaciones del sábado en capital político que represente la voz de quienes tienen muchas cosas para decir, también queda el reto de consolidar un sistema de tolerancia democrático en el cual lo mismo se respete a quien marcha como a quien no.

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