Orgía del terror

La paz es antetodo un acto de conciencia
No hay teología de la liberación en la violencia

La razón de ser de la llamada “salida política negociada”, que adelanta el Gobierno con las guerrillas colombianas, radica en la intención, por parte de la subversión, de abandonar el delito y adoptar el libre juego de las ideas. Esta noción elemental, que da origen al diálogo entre dos partes que pretenden ponerse de acuerdo, implica de antemano una voluntad dirigida a imponer los designios pacíficos sobre los bélicos y emprender la ruta hacia lo que los expertos llaman el fin del conflicto. Lo contrario, insistir en la depredación, el secuestro y la barbarie, es por supuesto incomprensible ante los ojos de cualquier ciudadano y denota una incoherencia supina de los presuntamente interesados frente a los objetivos planteados.

Nada es, pues, más desgastante para la propia “salida política negociada” que la recurrencia patológica al terror y la idea de que la prepotencia de las armas es la única vía para generar una dialéctica favorable a los objetivos del entendimiento. Mantener la agresión a la población inerme, seguir por la ruta idéntica y violenta de los últimos 50 años, hacer énfasis en un supuesto estado revolucionario comprobadamente inexistente, pensar que con la hostilidad se convoca y aglutina la sociedad civil que, por el contrario, es la llamada a sentar las bases del pacto que se busca, es una exorbitante distorsión de la realidad y un anacronismo retardatario que se lleva por delante cualquier aproximación seria, efectiva y consistente hacia la paz. ¿A quién le cabe en la cabeza que se promueva el diálogo y la civilidad para que ello, por el contrario, sea motivo de mayor arrogancia y crueldad? ¿Cómo puede entenderse la convocatoria a la sociedad civil, bien por su participación activa, bien en su carácter refrendario, a punta de amenazas y bala?

Es común, de parte de los agentes terroristas de cualquier cuño, pensar que en la medida en que se debilita la contraparte se adquiere una prevalencia negociadora. Y buscan con ello que la representación de los agentes estatales se vea minada y terminen actuando contra la pared fruto de la exasperación y la crítica de sus propios representados. Pero la “salida política negociada”, en Colombia, no es una fórmula inamovible, ni siquiera necesariamente constitucional, sino que se sitúa dentro del derecho de gentes y cláusulas jurídicas posteriores que señalan la resolución humanitaria de los conflictos como la instancia conjunta desde la cual se puedan abocar los demás aspectos de la confrontación. De modo que ella, la salida humanitaria, es connatural y análoga al solo establecimiento del diálogo. Esto, claro está, dentro de los conceptos universales que le dan preminencia a la vida, la integridad y la libertad humanas, ajenos al fundamentalismo enfermizo de quienes, como el ‘estado islámico’, desprecian el valor supremo de la existencia. Salvo, por supuesto, que se quiera importar a Colombia un dogmatismo teologal semejante a la mentalidad esquizoide que agobia al mundo en otras partes y donde el diálogo y la concordia no tienen cabida, razón o medio para plantearse, mucho menos para imponerse.

Es posible, como suele decir el Gobierno, que la “salida política negociada” tenga como objetivo que se dejen las armas y se use el curso y las reglas democráticas para la adhesión ideológica. Pero más allá de esa noción, obvia de los cánones de la democracia establecida, está el espíritu de lo que significa que la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. Lo que de ello se vislumbra, además del contenido constitucional, no es desde luego ninguna interpretación acomodaticia, sino el sentido humanitario prevalente en unas instituciones de estirpe cristiana. De eso se trata el bien común. Y de allí que el Estado colombiano, con base en esto, pueda sentarse para buscar salidas a la tragedia habitual.

El ejercicio estatal, en ese caso y por lo tanto, es básicamente un acto humanitario. Y es desde ahí, desde ese antecedente insoslayable, de donde se puede constituir y acordar la “salida política negociada”. De lo contrario no hay material disponible, como ocurre en el ‘estado islámico’. Porque, como principio y de suyo, no hay teología de la liberación en la violencia. No basta con decir, por supuesto, que ya se verá aquello de la humanidad cuando se pacte el cese de fuego. Y que mientras tanto la orgía violenta tiene un cheque en blanco. La paz, como la guerra, es ante todo un acto de conciencia. Y si en la paz estamos pues la conciencia exige que se hablé y actúe en consonancia: tratarás al prójimo como a ti mismo.

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